EL CRIADOR DE LUCIERNAGAS
De niño, Rabí Rubén de Iambol fue enviado a Botev como ayudante de un criador de abejas que además tenía extensos rosedales. Para contrarrestar sus prematuras
dotes intelectuales con un duro trabajo físico, su padre, Rabí Samuel, pensó que la
alta montaña del centro de Bulgaria le transmitiría energía vital a la vez que sentido
común. El criador de abejas se llamaba Resnov y tenía otro ayudante, un musulmán
de Sofia llamado Rasif, quien muy pronto congenió con Rabí Rubén de Iambol. De
día se ocupaban de las colmenas, por la tarde de las rosas y de noche, en verano, se
dedicaban a estudiar las luciérnagas, que fascinaban a ambos.
Rasif las cogía y luego las soltaba, dejando que sus dedos se impregnaran de luciferina y pasando, más tarde, la mano por plantas, objetos y animales, con la intención,
decía, de conferirles la baraca, o el poder protector divino.
Allah quiere –le dijo una noche a Rubén– que, en todas partes, su luz haga de nexo
entre los hombres. Imagínate entonces qué constructor brillante sería aquel que, como
las luciérnagas, hiciera puentes de luz para cruzar la oscuridad de la noche.
Con los años se dejaron de ver. Rasif el musulmán no volvió a Sofia, emparentó
con una hija del criador de abejas y se convirtió, a su vez, en el más destacado criador
de luciérnagas de la región de Botev. Ya mayores, abuelos ambos, se reencontraron
por casualidad en una feria de caballos cerca de Gabrovo. Desde entonces y hasta la
muerte de Rasif, Rabí Rubén de Iambol recibía cada dos meses unas hojas perfumadas tan llenas de luciferina que brillaban, en la oscuridad, como páginas de un libro
angélico. Si alguien venía a verlo para pedirle su bendición, le tocaba la frente con un
dedo impregnado de aquel polvillo brillante, diciéndole:
Cuando, esta noche, alguien te vea y te diga «tienes una luz en la frente», recuerda
que la verdadera luz de la bendición está entre tus pensamientos y tus actos, y que
únicamente la llevas fuera para no olvidar que procede del interior.
Un día su sobrino le preguntó a Rabí Rubén de dónde había sacado enseñanza tan
extraña, y este le dijo que de un amigo de la infancia, Rasif, el criador de luciérnagas,
musulmán de Sofia.
Aunque difieran sus rayos, la luz de Dios es una. Entre su Allah y nuestro Elohim
–dijo Rabí Rubén de Iambol– van y vienen miles de luciérnagas. Se trata de tomar
de ellas lo que nos une, no lo que nos separa. El que bendice no espera respuesta a su
trabajo, pues la bendición ya es la respuesta que espera oír.Mario Satz
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