Libertad es simplemente ser uno mismo

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Y ser uno mismo simplemente es hacer lo que uno siente y piensa.
El ser humano actual vive en una curiosa contradicción, da más importancia a lo que los demás piensan de él, que a sus propios pensamientos.
Exageración aquí, adaptación habilidosa allá, “miedo en el aire” a que nos critiquen y nos rechacen, temor a defraudar lo que suponemos que los demás esperan de nosotros. Muchas personas viven bajo las cadenas de aquella parte de sí mismas que necesita aprobación y que se siente amenazada por el qué dirán de una sociedad determinada.
LA LIBERTAD NO ES UN PROCESO SIMPLE, sino que más bien se alcanza a base de atreverse a ser uno mismo y osar decir No. Una actitud mediante la cual se comprueba que cuanto más decimos claramente No, más calidad y valor tiene nuestro Sí.
“Sed sobrios”, dijo el sabio, recordando que la verdad es hija de la sobriedad. Un principio que no sólo hace referencia a la cantidad de comida o de cosas compradas, sino que también señala un estado de conciencia despierta y centrada. La sobriedad habla de la medida justa y del recogimiento que conecta con el núcleo de nuestra morada interna. Si uno cultiva la sobriedad, sin represión ni auto-negación, sentirá un cálido fluido, una vitalidad sutil del alma liberada. En realidad, desde la sobriedad es más fácil ser libre de verdad.
LA LIBERTAD ES UN ESTADO DE CONSCIENCIA que conlleva un progresivo descondicionamiento mental. Los niños son libres porque no suponen que siendo ellos mismos, dejarán de ser queridos.
Ya conocemos el diseño del proceso iniciático en el que para activar nuestro crecimiento hemos de pasar por la pérdida de la inocencia. Y es justo en ese momento, cuando comenzamos un solitario exilio y cruzamos el umbral del laberíntico mundo de las experiencias mundanas. De niños éramos de verdad, auténticos, pero inconscientes de esa verdad, es decir, no sabíamos que éramos auténticos, que éramos nosotros mismos. Más tarde, tuvimos que aprender a vivir en esa jungla llamada sociedad.
Sucedió entonces que, siguiendo las reglas del Gran Juego, nacimos a la mentira como protección, casi necesaria, ante el miedo y la carencia. Pero llega un momento en el que uno siente resonancias de la “vuelta a casa” y de nuevo, desea hacer aflorar al niño eterno que se da el lujo de vivir en la verdad y la conciencia. Un estado que ya olvidamos y un permiso que nos libera. Se trata de recuperar una inocencia, pero ahora enriquecida por la consciencia del que se da cuenta.
Más tarde, una vez centrados en la plena coherencia interna, recobramos la sencillez cotidiana, las palabras justas, los gestos de una espontaneidad consciente y la fluidez de los que no exigen y sin embargo, colaboran. Y sucede que aquello que uno expresa desde dentro, casualmente es sabio, no hiere al mundo y además seca el sudor a los que, exiliados del ser interno, todavía no descansan.
La libertad auténtica tiene más que ver con soltar la tiranía de las creencias, tanto adquiridas como propias, que con no tener obligaciones y poder hacer lo que nos dé la gana.
La liberación de las mismas no conlleva negarlas, sino por trascenderlas a un nivel más amplio. Cuando las creencias están integradas, se alinean de forma natural con los intereses globales de un nuevo plano de existencia. Algo que se llama madurez y que, como los buenos vinos, gana con el tiempo y mejora en cada cosecha.
Somos verdad cuando sentimos nitidez en los propósitos y distinguimos muy bien desde qué parte de uno mismo se actúa y se habla. Ésa es la verdad que libera, la que no se engaña a sí mismo, aunque luego se exprese al mundo lo que, realmente, uno elija y quiera.
Fuente: Ciencia y Espiritualidad

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