LAS EMOCIONES PERTURBADORAS, FUENTES DE SABIDURÍA
Las emociones perturbadoras, fuentes de la sabiduría
Los estados
mentales difíciles de dominar, vistos en otras religiones o visiones del
mundo como “pecaminosos” o “antisociales”, son utilizados por el Buda
como un camino consciente para el desarrollo interno de sus estudiantes.
Mediante una serie de métodos eficaces, que se vienen convirtiendo cada
vez más en fuentes para la psicología y filosofía modernas, se
transforman las emociones perturbadoras en las sabidurías que les son
inherentes. Desde el nivel más alto de sus enseñanzas, el Camino del
Diamante, uno aprovecha incluso el poder que subyace en ellas como
combustible para la iluminación.
Aquí se muestra
la inconmensurable multiplicidad de la mente. Las enseñanzas del Buda
describen 84.000 estados de conciencia condicionados y velos de la mente
que conducen a acciones y palabras torpes. Dichos estados aparecen
mediante las diferentes combinaciones de cinco emociones perturbadoras
principales: ignorancia, orgullo, apego, celos e ira. A veces se cuentan
también seis emociones perturbadoras que producen los seis reinos de
existencia, y en ese caso separan el apego y la avaricia.
El Buda
aconseja un método de tres pasos para vencer a estos enemigos que,
aunque imaginarios, son muy tenaces. Como base se desarrolla en el
Camino Angosto una atención interior, de modo que uno se vuelva
consciente desde la aparición misma de los estados difíciles. A partir
de allí se evitan las condiciones que por experiencia ocasionan
emociones perturbadoras, lo que impide los dramas. Esto nos proporciona
un tiempo valioso y simplemente intercala un paseo cuando de otro modo
uno hubiera perdido la visión.
Como segundo
paso, uno entiende en el Gran Camino la esencia pasajera, condicionada y
compuesta de toda emoción perturbadora. Cinco minutos antes no estaba
ahí, y de acuerdo con la experiencia, cinco minutos más tarde habrá
desaparecido de nuevo. No tendría sentido entonces seguir ahora a un
sentimiento que está en constante cambio y comportarse de acuerdo con
él. Mediante el conocimiento de que la vivencia de los no meditadores
depende principalmente de su propio humor, uno puede ganar la libertad
de crear su vida según su propio deseo. El que percibe correctamente una
emoción perturbadora es como un científico que investiga y reconoce el
patrón subyacente, y le retira cada vez más a esos estados su poder de
convicción. También resulta muy útil comparar la propia situación vital
con la de los demás. Así desaparece de inmediato toda autocompasión
cuando uno se acuerda, por ejemplo, de cuántas personas viven y sufren
en África. Con frecuencia pensamientos tales como: ¿Me gustaría
cambiarme con él? o yo tengo que aguantarlo sólo por cinco minutos, pero
él tiene que aguantarse a sí mismo todo el tiempo, pueden quitarle el
aguijón a encuentros desagradables. Mediante esto puede uno, con mayor
frecuencia cada vez, regalarles experiencias de retroalimentación
compasivas a personas difíciles. Los budistas en general son conscientes
del hecho de que los seres se comportan en forma equivocada más por
ignorancia que por maldad. Puesto que con seguridad no es la primera vez
que se encuentran (el “culpable” se ocasiona a sí mismo grandes daños
para el futuro, mientras que su “víctima” suelta mal karma acumulado anteriormente) uno hace desde la compasión lo mejor para ambas partes y a más largo plazo.
Por lo tanto,
en el Budismo se cuenta con la estupidez o confusión dentro de las
emociones perturbadoras, siendo incluso la causa de todas las demás.
Esto no resulta obvio de inmediato, pero si uno considera los resultados
de esos velos mentales, se vuelve comprensible. Con frecuencia ocasiona
uno sufrimientos indeseados a los demás, porque no pudo uno apreciar
las consecuencias hasta el final. El que tantos seres humanos bien
intencionados fallen en sus esfuerzos radica en su incapacidad para ver
lo que realmente es. Cuando uno simplemente se relaja en el espacio, ve
cómo la confusión se basó en la experiencia errónea de separación, y
aparecen la inspiración y la claridad. Aún quien no entiende ni la
física cuántica ni los 16 planos de vacío de todos los fenómenos que
enseñó el Buda, experimenta mediante el centro ganado una transformación
de la estupidez en madurez humana. De igual modo, quien no tiene tiempo
o posibilidades para realizar largos estudios, no tiene por esto que
renunciar a la riqueza de la vida. La mente trabaja en forma total y
ágil, y con el Buda no se trata del número de libros leídos, sino simple
y llanamente de la experiencia de vida. Entonces, si uno entiende la
estructura de las enseñanzas en general, medita según las instrucciones
recibidas y sigue el sentido común en vez de la “corrección política”,
va por buen camino. Mientras menos energía y tiempo se les dedique a las
situaciones difíciles, tanto mejor. Entonces ya no estamos distraídos
por tanto tiempo de lo que es significativo, y el continuar se logra con
mayor facilidad. A menos que uno esté bajo estrés emocional, seguir la
idea de primer pensamiento, mejor pensamiento, en la mayoría de los
casos brinda el mejor resultado. Si uno permanece en el flujo de la vida
y observa la causa y el efecto, las capacidades que se desarrollan a
partir de la experiencia propia sustituirán a los conceptos erróneos.
La tendencia a
querer agregar algo al “yo” imaginario para alcanzar de ese modo una
felicidad duradera, conduce al apego limitante, cuyo antídoto liberador
es la generosidad. Estos campos de experiencia (los más importantes para
los seres humanos) del apego, la codicia y la avaricia, permiten (ojalá
siempre) buenas relaciones kármicas procedentes de vidas
anteriores para que se puedan compartir con otros, los deseos
interpersonales para alegría de ambos. También debe uno acostumbrarse a
desearles a los demás lo que para uno mismo es difícil de alcanzar.
Ellos son incontables y por lo tanto, más importantes que uno mismo.
Igualmente es significativo estar conscientes de lo pasajero de toda
atracción condicionada como el antídoto contra deseos insatisfechos.
Sólo la iluminación es felicidad intemporal y definitiva, y realmente
tiene muy poca importancia si uno es conducido a la tumba en un Mazda o
en un Mercedes Benz.
La función
protectora del “yo”, que se siente como aversión, ira y odio, es privada
de su fuerza mediante el amor y la compasión. Cuando aparece la ira,
uno debe hacerse consciente de ella rápidamente. Si existe el peligro de
una erupción inmediata, se lucha mejor contra ella mientras está
todavía iniciándose. En caso contrario, uno guarda distancia y evita la
situación. Lo más inteligente es no actuar o hablar en un momento de
ira. Es mejor comportarse como un perro grande que no necesita ladrar
porque es suficientemente fuerte. Si se consideran con cuidado, los
adversarios son más confusos que malvados y, además, tienen que
aguantarse a sí mismos día y noche. Por encima de ese sufrimiento,
propinarles un puntapié sería muy poco leal. Para el bien de todos uno
debería, con entendimiento, encontrar la disposición para quitarle
fuerza a la ira, aprender en el transcurso y después olvidar el asunto
lo más pronto posible. Como puede resultar difícil, procuran algunos, en
especial las mujeres, hablar para liberarse del sufrimiento. Uno no
debe dejar que esto se le convierta en una costumbre, pues ésta conduce
fácilmente a la soledad.
La idea de ser
mejor que otros conduce al orgullo. Igualmente puede uno relajarse en
este campo. Con seguridad en el mundo hay alguien más rápido, más
fuerte, más inteligente o que da más atención en el amor. Por eso, el
antídoto más apropiado aquí es recordar la naturaleza búdica de todos
los seres. También es importante saber que el cielo y el infierno
ocurren entre las orejas o las costillas de los seres, o donde se
suponga que esté la mente. Si uno ve a los demás como excitantes e
importantes, esto sólo produce alegría, mientras que si siempre saca a
la luz sus defectos, se volverá mentalmente pobre. Siempre estará en
mala compañía, y tanto uno mismo, como los demás, comprobarán una menor
tendencia a desarrollar las propias habilidades. Simplemente, el ser
humano determina mediante su propio punto de vista si el vaso está medio
lleno o medio vacío.
La creencia de
que uno mismo tiene más derecho al mundo que otros, conduce a la envidia
o a los celos. La envidia es un enemigo especialmente tenaz; se puede
alimentar de todo, pero también puede sobrevivir perfectamente sin
alimento. Con frecuencia actúa en la mente en forma subliminal durante
un lapso prolongado. Uno tiene entonces el tiempo suficiente para
observarlo bien y entender cómo aparece y actúa. Por lo tanto, este
sentimiento es un conejillo de indias de primera para el propio
desarrollo espiritual, pues su influjo muestra claramente qué tanto se
ha desprendido ya nuestra conciencia de las imágenes. Yo conozco aquí
una sola cura, pero que da de inmediato un buen respiro: se desea para
la persona a la que se envidia tanto de aquello que ocasiona la envidia,
que haga saltar cualquier imaginación y alcance el nivel de los cuentos
de hadas. O sea, autos tan grandes que sean difíciles de estacionar, la
misión más emocionante en la vida, cientos de chicas hermosas o de
jóvenes apuestos cada noche y la salud para poder disfrutar de todo
esto. Si de hecho fueran sólo dos, uno puede fortalecer más los buenos
deseos.
La corona de la
transformación de las emociones perturbadoras es, en el tercer nivel
del Camino del Diamante, el dejar entrar al ladrón a una casa vacía,
donde no pueda encontrar nada. Uno maneja el sentimiento como una mala
película en la televisión, a la que no se le sigue prestando atención.
Así permanece uno con terquedad frente a lo que ya se propuso, y deja
que el mal humor se marchite por falta de reconocimiento y energía.
Mientras se
logra cada vez más éxito en esto con los años de práctica, con asombrosa
alegría se le vuelve a uno evidente que las emociones perturbadoras no
se disuelven simplemente en el océano de la mente, sino que emergen de
nuevo en su forma intemporal, justamente como las cinco sabidurías
liberadoras. Los estados difíciles proveen la base para esto, similar a
las basuras que se transforman en abono. Donde estuvo antes la mayor
perturbación, se desbordará hoy la mayor riqueza.
De esta forma
aparece la comprensión cuando la ira que agotó sus fuerzas se disuelve
de nuevo en la mente. Uno lo percibe todo de una manera tan clara como
si se reflejara en un espejo, sin agregarle ni quitarle nada. El orgullo
excluyente se transforma en la experiencia de la multiplicidad y de la
riqueza de todas las cosas. El apego se vuelve sabiduría que discierne,
la capacidad de entender los acontecimientos tanto individualmente como
formando parte de una totalidad. La envidia y los celos, siempre
ocupándose en secreto en adelantarse en el pensamiento o pegarse a lo
pasado, se convierte en la cortante sabiduría de la experiencia, y hasta
la confusión se disuelve en la sabiduría que todo lo penetra. Uno sabe
debido a que no está separado de nada, debido a que el espacio y la
energía están unidos a todos los tiempos y lugares. Donde al disolverse
las emociones perturbadoras se sintió una autoliberación de la mente, y
uno fue capaz de percibir su transcurso desde una distancia segura como
libre juego, queda un mar de satisfacción. Los estados internos que por
tanto tiempo parecieron grandes enemigos aparecen ahora como fuentes de
poder. El trabajo con el polvo de carbón produce ahora hermosos
diamantes.
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