El mundo reencantado
"Las piedras, los árboles, los ríos y las nubes serán
considerados maravillosos, vivos, y el ser humano se sentirá en ese
medioambiente como en su propia casa."
Morris Berman
La concepción de mundo que predominaba en Occidente hasta el
advenimiento de la Revolución Industrial, era la de un mundo encantado.
Las piedras, los árboles, los ríos y las nubes eran considerados
maravillosos, vivos, y el ser humano se sentía en ese medioambiente como
en su propia casa. El cosmos era nuestro lugar de pertenencia. Un
miembro del universo no era nunca un observador extraño sino un
participante directo. Su destino personal estaba ligado al destino
universal y esa relación daba sentido a su vida. Este tipo de
"consciencia participativa" incluía la fusión, o identificación, con los
alrededores de cada uno, y sugería una integridad que hoy ha caído en
desuso.
La historia moderna llena de términos que denotan logros científicos y
técnicos acumulativos, es también la leyenda de un progresivo desencanto
del mundo. Desde el siglo XVI en adelante, la mente y el espíritu
fueron cada vez más expurgados de la realidad. En el cambio del
feudalismo al capitalismo, el paradigma científico cartesiano emergió
como concepción dominante en Occidente, y los seres humanos se volvieron
no-participantes del Cosmos, sino observadores aislados de él.
La explicación científica, el filo del pensamiento moderno, insiste en
una distinción rígida entre observador y observado— aun cuando la física
cuántica advierta la influencia del observador en lo observado. Este
método puede ser descrito como no-participativo. La consciencia
científica es consciencia alienada; en ella no hay fusión extática con
la naturaleza, sino más bien distanciamiento. El sujeto y el objeto son
considerados opuestos. Todo es extraño, objetivo, no-yo; e incluso yo
soy, en última instancia un objeto, una cosa alienada en un mundo de
otras cosas igualmente insignificantes. El mundo no me pertenece, al
Cosmos le importa poco de mi existencia y tampoco siento que yo
pertenezco a él. De hecho, lo que siento es una especie de malestar en
el alma.
Traducido a términos de la vida cotidiana, esta particularidad de la
concepción dominante en el mundo provoca alienación y trivialidad. Los
trabajos son estupidizantes, las relaciones son superficiales y fugaces,
el juego político es absurdo. En el vacío creado por el derrumbe de los
valores tradicionales, presenciamos renacimientos evangélicos, fugas
por medio de drogas o TV, búsquedas desesperadas de integridad mediante
la terapia. Esta desintegración cultural se refleja en una serie
completa de síntomas, desde el alcoholismo, la perturbación mental y el
suicidio adolescente hasta las guerras sin sentido y la incapacidad
manifiesta de las economías industriales de proveer trabajos
significativos.
"No podemos volver a la alquimia o el animismo. Sin embargo, la alternativa aparente es un mundo siniestro controlado por reactores nucleares, microprocesadores, misiles teledirigidos o ingeniería genética, un mundo que en realidad ya tenemos encima." |
No estamos en presencia de algunas aberraciones peculiares, tales como
la inflación, la polución, y otros problemas tardíos del siglo XX.
Estamos ante el resultado inevitable de una lógica de varios siglos de
antigüedad. Ello no es cuestión de causalidad directa: la ciencia no es
la causa de nuestros problemas. Pero la concepción científica del mundo
es parte integral de la moderna sociedad de masas y de la alienación
recién mencionada; de modo que es esencial un cambio en la concepción de
mundo si queremos que esa alienación se reduzca o se elimine.
Comenzamos a ver diversos signos de una respuesta a una situación en la
búsqueda de una nueva conexión, de un nuevo patrón de significados.
El mundo en la encrucijada
Tal es el dilema moderno. No podemos volver a la alquimia o el
animismo. Sin embargo, la alternativa aparente es un mundo siniestro
controlado por reactores nucleares, microprocesadores, misiles
teledirigidos o ingeniería genética, un mundo que en realidad ya tenemos
encima. Si queremos sobrevivir como especie, deberá emerger algún tipo
de consciencia participativa u holística (y una correspondiente
formación sociopolítica nueva).
Estamos en un cruce de caminos en la evolución de la consciencia en
Occidente. Una de las rutas conduce a todos los presupuestos de la
Revolución Industrial y nos promete salvación a través de la ciencia y
la tecnología; o sea, sostiene que el mismo paradigma que nos metió en
el problema puede sacarnos de él. Sus proponentes, tanto orientales como
occidentales, visualizan una economía expansiva, una urbanización
creciente, una homogeneidad cultural bajo un dominio occidental
considerado tan bueno como inevitable. El otro camino conduce a un
futuro todavía a oscuras. Sus proponentes parecen ser una masa amorfa de
ecologistas, ocultistas y románticos pastorales. Su objetivo aparente
es la preservación o resurrección de cosas como el ambiente cultural,
las culturas regionales, ciertos modos arcaicos de pensamiento,
estructuras comunitarias orgánicas y una autonomía política altamente
descentralizada.
El primero de los caminos conduce al callejón sin salida descrito por Huxley en Un mundo feliz.
El segundo parece ser un intento ingenuo de retornar al punto de
partida, tal vez a la seguridad de una época feudal ya superada, Pero
debemos hacer una distinción crucial: recapturar una realidad no es lo
mismo que retornar a ella.
El desafío es como recapturar esa sabiduría en forma madura. Una
síntesis posible ha sido provista por el antropólogo cultural Gregory
Bateson (Pasos hacia una ecología de la mente). Para Bateson,
"mente"—que también incluye a los valores- es una realidad concreta y
una hipótesis de trabajo; es un concepto que vuelve a situar la
consciencia dentro de la relación observador-observado o ser
humano-mundo natural.
La concepción holística de Bateson se contradice directamente con el
humanismo secular, la tradición renacentista de la conquista individual
sobre la naturaleza. En un sentido extenso de holismo, esa arrogancia
sería totalmente no-científica. La concepción holística incorpora las
lecciones importantes de los mitos, de la sabiduría de los "primitivos" y
los algoritmos arcaicos del corazón. No se opone al intelecto
científico, sino sólo a la incapacidad de esa concepción del mundo de
situarse dentro de un contexto más grande. En este cuadro, una tarea
clave para el individuo es familiarizarse y apreciar el grado de
conocimiento técnico, la compleja red de caminos por donde fluye la
información (incluyendo el ambiente social y natural) que conforma todo
sistema caracterizado por la presencia de la Mente.
Una de las características más obvias de una futura cultura planetaria
es la resurrección y elaboración de modos de expresión más extensos o
"análogos" (en oposición a "lineales"). Tal cultura sería mucho más
soñadora y sensual que la nuestra. El paisaje interno de sueños,
lenguaje corporal, arte, danza, fantasía y mito sería considerado una
forma legítima de conocimiento. Habría una fuerte transformación en la
práctica médica hacia curaciones populares y naturales, evitando drogas y
manipulación química y casi fusionando ecología y psicología, en el
reconocimiento de que la mayoría de las enfermedades son respuestas a un
ambiente física y emocionalmente perturbado.
El cuerpo sería visto como una parte de la cultura; de hecho, como la
base de la cultura. Ello permitiría una drástica reducción de la
represión sexual, una visión del nacimiento y la muerte como procesos
naturales, una mayor consciencia de nosotros mismos como animales y una
mayor proximidad a los animales en nuestra vida cotidiana. Revirtiendo
las tendencias recientes, habría un renacimiento de la familia
extendida, con los viejos mezclados con los niños y su sabiduría
convirtiéndose en una parte permanente de la vida cultural.
También habría una transformación en el ideal de la personalidad, desde
el ego hacia el Yo, y la interacción de ese Yo con los demás.
Un mayor énfasis en la comunidad y no en la competencia, en la
individuación y no en el individualismo. Un fin al juego de roles y a
las falsas imágenes de sí mismo que han desacralizado tanto a las
relaciones humanas. El poder equivaldría al sentido de estar centrado, a
la autoridad interna, antes que a la capacidad de hacer que los otros
hagan lo que queremos que hagan. O sea, el poder sería definido como la
capacidad de influir en los otros sin presión ni coerción.
Esta
cultura futura tendría una gran tolerancia por lo raro, lo no humano,
la diversidad de todo tipo, tanto dentro como fuera de la personalidad.
El ideal sería una persona caleidoscópica, de muchas características,
con una gran fluidez de intereses, acuerdos de trabajo y vivienda y
roles sociales. El principio de diversidad precisaría de la preservación
de especies en peligro de extinción y culturas amenazadas, como
factores que agrandan la reserva genética de posibilidades y por lo
tanto hacen que la vida sea más interesante, estable y durable.
Políticamente, el acento sería puesto sobre la descentralización, con
instituciones en pequeña escala y sujetas a control local. Las
estructuras políticas serían más regionales y autónomas. La producción
en masa daría lugar al artesanado, la agroindustria a la producción
agrícola en pequeñas granjas orgánicas y de labor intensiva; las plantas
nucleares y otras fuentes de energía centralizada a las opciones de
energía renovable adecuadas a cada región.
La economía sería no-expansiva, en una mezcla de socialismo en pequeña
escala, capitalismo y trueque directo. La sociedad conservacionista, en
donde nada se despilfarraría, con un fuerte apoyo a la autosuficiencia
regional. Habría poco interés en la ganancia como fin en sí mismo. La
relación con los otros y con los recursos naturales se basaría más en la
armonía que en la conquista o exploración.
Tal cultura, a nivel planetario, eliminaría nuestras sensaciones de no
pertenencia, el sentido de que nuestra realidad personal tiene poco que
ver con la realidad oficial. El universo volvería a ser experimentado
como protector y benévolo. El sentido no sería algo a hallarse o imponer
sobre un mundo absurdo; estaría dado y los seres humanos sentirían la
conexión cósmica de pertenecer a un patrón más grande que ellos mismos.
¿Cómo llegaríamos a eso? La visión de un futuro en el que tengamos
control sobre nuestros destinos y en el cual la consciencia del ego
estaría situada dentro del contexto de la Mente, parece extremadamente
utópica. No obstante, la otra opción es el suicidio cultural. La
sociedad industrial fue un experimento audaz de Occidente, pero el
experimento ha terminado. Hemos llegado al límite de ese paradigma, y
hoy nos enfrentamos a la elección difícil entre desintegración o cambio
de paradigma, locura o creatividad.
"Hemos llegado al límite de este paradigma, y hoy nos enfrentamos a la elección difícil entre desintegración o cambio de paradigma, locura o creatividad." |
Recuperar el futuro
Paradójicamente, uno de los agentes más efectivos para este tipo de
cambio es la decadencia de la sociedad industrial avanzada. La sociedad
conservacionista no emergerá probablemente de un esfuerzo de voluntad,
sino porque él planeta ya no puede sostener un producto bruto interno
siempre en expansión. El cambio social será generado por millones de
personas que no tienen interés en el camino en sí mismo, sino que toman
en términos concretos la ruta de una "migración interior" hacia la
autorrenovación. La sociedad holística fluye desde una variedad de
fuentes que atraviesan el eje político tradicional izquierda-derecha.
Algunas formas de feminismo, ecología, etnicidad y renovación
espiritual, que en apariencia no tienen nada en común, pueden estar
convergiendo hacia un objetivo único. Estos movimientos no representan
una sola clase social, ni tampoco pueden ser analizados en esos
términos, ya que representan las "sombras" reprimidas de la civilización
industrial: lo femenino, lo salvaje, lo infantil, lo corporal, lo
creativo, lo oculto, lo que pertenece al corazón y a la cultura de las
periferias rurales.
Si existe algún nexo entre los elementos de esta "contracultura”, es la
noción de rescate. El objetivo de la recuperación de nuestros cuerpos,
salud y sexualidad, mente inconsciente, tradiciones arcaicas,
enraizamiento de la tierra, sentido de comunidad y ligazón con los
otros, es un intento directo de rescatar del pasado aquello que perdimos
en los últimos cuatro siglos; es un intento de recuperar el futuro.
Para resumir: los últimos cuatro siglos han presenciado un crecimiento
de la idea mecanicista de que podemos conocer al mundo natural mediante
un distanciamiento de él. Esta idea destruyó esencialmente a la
tradición animista y holística que la precedió, una tradición que
consideraba a los seres humanos como participantes del cosmos y no como
observadores aislados. Cambiar nuestra situación actual requerirá algo
más que una revolución en nuestra epistemología; pero tal revolución,
que incluiría un cambio drástico en los valores, tendrá que ocurrir para
que emerja la nueva concepción de mundo. Esta es probable que sea más
ecológica que animista. Sean cuales fueren sus parámetros exactos,
estará basada, filosófica y experiencialmente, en la conexión intima
entre los seres humanos y la naturaleza.
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