El Tercer Espejo: Reflejos de lo que hemos perdido, entregado o nos han dado

 “El reino del [padre] es como cierta mujer que llevaba una [vasija] llena de alimento.
Mientras iba por el camino, todavía lejos de su casa, se rompió el asa de la vasija y el alimento cayó por completo sobre el camino detrás de ella. No se dio cuenta; no se percató del accidente. Cuando llegó a casa, depositó la vasija a sus pies y se dio cuenta que estaba vacía. “
Evangelio de Tomás
Su amor, su compasión y su cariño son como el alimento en la vasija de la parábola precedente. A lo largo de su vida, son las partes suyas que confortan, nutren y apoyan a los demás (y a usted) en los momentos duros. Cuando perdemos a esas personas, lugares y cosas que apreciamos es nuestra naturaleza amorosa y compasiva la que nos permite sobrevivir y superar esas experiencias.
Debido a que compartimos de buen grado el amor, la compasión y el cariño, estos se convierten también en nuestros elementos más vulnerables de perder, de ser entregados inocentemente o de ser arrebatados por las personas que tienen poder sobre nosotros.
Cada vez que confiamos lo suficiente como para amar o darle cariño a alguien y esa fe es violada, perdemos un poco de nosotros en la experiencia. Nuestra renuencia a exponernos de nuevo a dicha vulnerabilidad es nuestra protección; es la manera en que sobrevivimos a nuestras heridas más profundas y a las mayores traiciones. Y cada vez que cerramos el acceso a nuestra verdadera naturaleza compasiva y cariñosa, somos como el alimento que cayó lentamente de la vasija que cargaba la mujer.
Cuando llegamos a un punto en la vida en que realmente nos abrimos y compartimos con otra persona, buscamos el amor en nuestro interior solamente para descubrir que se ha ido y ha dejado un gran vacío. Descubrimos que nos hemos ido perdiendo poco a poco en las mismas experiencias en que confiamos tanto y que a la vez permitimos en nuestras vidas.
La buena noticia es que esas partes nuestras que parecen ausentes jamás se han ido del todo. No quedaron erradicadas para siempre…, son parte de nuestra verdadera esencia, parte de nuestras almas. Y así como el alma jamás puede ser destruida, la base de nuestra verdadera naturaleza jamás puede perderse. Simplemente está escondida y enmascarada para salvaguardarla. Reconocer la forma en que la enmascaramos es embarcarnos en un camino veloz hacia la sanación. Invocar de nuevo las partes que hemos perdido puede ser la mayor expresión de nuestro dominio personal.
A comienzos de mi carrera en la industria de la defensa, trabajé como parte de un equipo de programación para sistemas de armamentos. Mis colegas y yo compartíamos un pequeño espacio de trabajo con escritorios, sillas y cubículos típicos de la Fuerza Aérea y pasábamos largas horas juntos en contigüidad. Como se puede imaginar, había poca privacidad. Puesto que las conversaciones telefónicas rebotaban en los paneles de yeso, y se desplazaban por encima de los cubículos, llegamos a conocernos muy bien, de hecho, tan bien que muy pronto nos convertimos en consejeros virtuales mutuos en todos los aspectos: desde las carreras hasta los noviazgos y los asuntos familiares y personales.
Varias veces a la semana salíamos a almorzar juntos; ocasionalmente cobrábamos nuestros salarios y hacíamos diligencias rápidas al mediodía. Fue durante una de esas aventuras a la hora del almuerzo, que tuve la oportunidad de ver en persona el espejo de una experiencia que creó un “infierno” personal en la vida de uno de mis colegas, un hombre que también se había convertido en mi amigo.
En un día cualquiera, mi amigo se “enamoraba” de la mujer que conocía durante una de esas diligencias. Podía ser la mesera que tomaba su pedido o la cajera del supermercado.
Honestamente, era casi cualquiera que se cruzara en su camino durante el día (cualquier mujer, mejor dicho). Pasaba en cualquier lugar y el patrón era el mismo: miraba simplemente a los ojos de la mujer y “sentía una emoción” inexplicable. Sin comprender de qué se trataba, él asignaba la experiencia a la única explicación que podía encontrar. ¡Sentía que se había enamorado! Y se enamoraba varias veces al día.
La razón por la cual esto era un verdadero problema era que estaba casado. Tenía una esposa hermosa que lo amaba y un hermoso hijo y él los amaba muchísimo a los dos. Lo último que él deseaba hacer era herirlos de cualquier forma o destruir lo que habían creado juntos. Al mismo tiempo, sus sentimientos por las demás mujeres eran casi abrumadores y no entendía lo que pasaba.
En esta ocasión, acababa de regresar a la oficina después de un almuerzo rápido y una diligencia a la estación de gasolina y al banco. Fue en el banco que se metió en problemas.
En el lugar donde depositamos nuestros cheques había una hermosa cajera trabajando en la ventanilla. (Esto ocurrió en los días antes de los depósitos electrónicos). Para cuando llegamos a la oficina, lo único que podía hacer era pensar en ella. No podía enfocarse en el trabajo y era incapaz de sacarla de su mente. “¿Qué tal que esté pensando en mí en este momento?” preguntaba. ” ¿Qué tal que ella sea ‘la verdadera’?” Finalmente, tomó el teléfono, llamó al banco, encontró a la cajera y le preguntó si podían verse para tomar un café después del trabajo. Ella aceptó. Pero mientras estaban en la cafetería, miró a los ojos de la mujer que les estaba sirviendo el café y ¡se enamoró de ella!
Comparto aquí esta historia porque por razones que él no entendía: este hombre se sentía impulsado a iniciar contacto con mujeres hacia quienes honestamente creía que sentía algo.
Al hacerlo, estaba arriesgando todo lo que amaba incluyendo a su esposa, su hijo y su carrera. ¿Qué le ocurría?
¿Alguna vez ha tenido una experiencia similar (aunque espero que en un menor grado)?
¿Alguna vez se ha sentido perfectamente feliz y comprometido en una relación cuando de repente “algo” pasa? O quizá no está en una relación y ni siquiera buscando una cuando —
sin previo aviso — se encuentra caminando en una calle llena de gente o en un centro comercial, supermercado o aeropuerto, y tiene “la experiencia.” Alguien que no ha visto nunca pasa a su lado, en ese instante sus miradas se encuentran y —¡zas!— lo siente.
Quizá es simplemente un sentimiento de familiaridad o posibilidad, o un impulso abrumador de estar más cerca a esa persona, conocerla mejor, incluso iniciar una conversación. En mis talleres, he formulado muchas veces esta pregunta y he descubierto que si somos verdaderamente honestos con nosotros mismos, este tipo de conexión no es tan excepcional.
Cuando ocurre, el encuentro por lo general sucede de la forma siguiente: aunque las dos miradas se han encontrado y obviamente han sentido la “emoción,” uno de ellos hará caso omiso de lo sucedido. Sin embargo, por una breve fracción de segundo, algo innegable ocurre… hay un estado alterado y un sentido de irrealidad. En ese instante veloz, más allá de la mirada casual, sus ojos se han comunicado un mensaje. Cada persona le dirá algo a la otra en ese momento que probablemente ninguno se dé siquiera cuenta.
Enseguida, casi al unísono, sus mentes racionales crearán una distracción, algo para romper la ansiedad del contacto. Puede ser el sonido de un auto o de otra persona que pasa a su lado. Puede ser tan simple como una hoja volando del otro lado de la calle o un estornudo. ¡Puede ser hasta mirar de soslayo una goma de mascar en la acera! El punto es que usando cualquier cosa como excusa, una de las personas retirará su atención y el momento se terminará, ¡así no más!
Cuando uno tiene una experiencia de este tipo, ¿qué acaba de ocurrir?
- ENCONTRANDO EN OTRAS PERSONAS LO QUE HEMOS PERDIDO
Cuando nos encontramos en estas situaciones, nos enfrentamos ante oportunidad poderosa de conocernos de una manera muy especial, es decir, si reconocemos de lo que trata el momento. Si no lo hacemos, entonces, como descubrió mi amigo el ingeniero, este tipo de conexión puede volverse algo muy confuso ¡y hasta atemorizante! El secreto de dichos encuentros es la esencia del misterio del tercer espejo.
Para sobrevivir en nuestras vidas, todos hemos comprometido grandes partes de lo que somos. Cada vez que lo hacemos, perdemos algo por dentro de forma sociablemente aceptable, pero así y todo dolorosa. Asumir el papel de adultos y dejar ir la infancia tras una ruptura familiar; perder la identidad racial al fundirse las culturas y sobrevivir un trauma de nuestra juventud reprimiendo las emociones de dolor, ira y cólera son ejemplos de partes de nosotros mismos que perdemos.
¿Por qué haríamos algo así? ¿Por que traicionaríamos nuestras creencias, amor, confianza y compasión sabiendo que son la pura esencia de lo que somos? La respuesta es sencilla:
para sobrevivir. Cuando niños, es posible que hayamos descubierto que es más fácil permanecer en silencio que emitir una opinión bajo el riesgo de ser ridiculizados o invalidados por padres, hermanos, hermanas y compañeros. Igual al tema de abuso en una familia es mucho más seguro “transigir” y olvidar, en vez de oponerse a aquellos que tienen poder sobre nosotros. Como sociedad, aceptamos el asesinato de personas durante la guerra, por ejemplo, y lo justificamos como circunstancias especiales. Todos hemos sido condicionados a ceder ante el conflicto, las enfermedades y las emociones abrumadoras en formas que solamente ahora estamos comenzando a entender. En cada caso, tenemos la oportunidad de ver una poderosa posibilidad en vez de juzgar lo que es bueno y malo.
Por cada parte de nosotros que cedemos para llegar a ser lo que somos, queda una vacío esperando ser llenado. Estamos buscando constantemente lo que sea que pueda llenar ese vacío en particular. Cuando nos encontramos con aquel que tiene las mismas cosas que hemos entregado, se siente bien estar a su lado. La esencia complementaria de la persona llena nuestro vacío interior y nos hace sentir enteros de nuevo. Esta es la clave para comprender lo que le ocurría a mi amigo ingeniero y en los otros ejemplos previamente tratados.
Cuando encontramos en los demás nuestras piezas “faltantes”, nos sentimos poderosa e irresistiblemente atraídos hacia ellos. Incluso podemos pensar que los “necesitamos” en nuestras vidas, hasta que recordamos que nos sentimos tan atraídos hacia ellos por algo que todavía tenemos en nuestro interior… solamente que está dormido. En la conciencia de que seguimos poseyendo esas características y rasgos, podemos desenmascararlos y reincorporarlos a nuestras vidas. Y cuando lo hacemos, descubrimos de repente que ya no nos sentimos poderosa, magnética e inexplicablemente atraídos hacia la persona que nos reflejó esas características originalmente.
Reconocer nuestros sentimientos hacia los demás por lo que son, y no por lo que nuestro condicionamiento ha hecho de ellos, es la clave del tercer espejo de las relaciones. Esa emoción inexplicable que sentimos cuando estamos con alguien, ese magnetismo y ese fuego que nos hacen sentir tan vivos, ¡somos realmente nosotros! Es la esencia de esas partes nuestras que hemos perdido y nuestro reconocimiento de que las deseamos de nuevo en nuestras vidas. Con esto en mente, regresemos entonces a la historia de mi amigo ingeniero.
Ciertamente, hay muchas posibilidades de que, sin saberlo conscientemente, mi amigo veía en esas mujeres piezas de él que había perdido, entregado o le habían arrebatado durante su vida. Hay muchas probabilidades de que le hubiera ocurrido igual con los hombres, pero él no se permitía sentir lo mismo debido a su condicionamiento. En su experiencia, las cosas que había perdido eran tan predominantes que las encontraba en casi todas las perso- ñas que conocía.
No obstante, al no entender sus emociones, se sentía impulsado a seguirlas de la única forma que conocía. Él creía honestamente, que cada encuentro era una oportunidad de ser feliz porque se sentía bien cuando estaba con las mujeres. Aun así amaba muchísimo a su esposa y a su hijo; cuando le pregunté una vez si los dejaría, me miró estupefacto. No deseaba terminar su matrimonio, pero seguía el impulso que sentía hacia situaciones comprometedoras hasta que la pérdida de su familia se convirtiera en un peligro inminente.
- CÓMO DESCUBRIR LO QUE SUS SENTIMIENTOS DE ATRACCIÓN LE ESTÁN DICIENDO
Cada uno de nosotros ha entregado de forma maestra las partes de nosotros mismos que sentíamos era necesario entregar en el momento para nuestra supervivencia física o emocional. Al hacerlo, es fácil vernos como “menos que” y quedar atrapados en nuestras creencias sobre lo que queda. Para algunas personas, el canje ocurre sin darnos cuenta sin darnos cuenta de lo ocurrido; para otras personas, es una decisión consciente.
Una tarde, mientras trabajaba en la misma corporación de defensa con mi amigo ingeniero, una invitación inesperada llegó a mi escritorio. Era una presentación informal para la Casa Blanca y los oficiales militares del sistema de armamento recién desarrollado llamado:
Iniciativa Estratégica de Defensa (SDI por sus siglas en inglés), popularmente llamado “Guerra de las galaxias.” Durante la recepción, después del evento, tuve la oportunidad de escuchar una conversación entre uno de los oficiales militares de alto rango y un director general de nuestra compañía.
La pregunta que hizo el director estaba relacionada con el costo personal en el que el otro hombre había incurrido en su posición de poder. “¿Qué sacrificios ha tenido que hacer para llegar donde está hoy en día?” le preguntó. El oficial describió cómo había escalado los rangos militares y del Pentágono hasta una posición de autoridad en una enorme corporación multinacional. Yo escuchaba al hombre responder con un candor y una honestidad poco usuales.
“Para llegar donde estoy,” comenzó, “tuve que entregarme al sistema. Cada vez que avancé en el rango perdí una parte de mí mismo en mi vida. Un día me di cuenta que estaba en la cima y miré mi vida en retrospectiva. Lo que descubrí es que había dado tanto de mí que no quedaba nada. Las corporaciones y el ejército son mis dueños. Dejé ir las cosas que más amaba: mi esposa, mis hijos, mis amigos y mi salud. Cambié esas cosas por poder, riqueza y control.”
Quedé sorprendido ante su honestidad. A pesar de que este hombre había admitido que se había perdido en el proceso, estaba consciente de lo que había hecho. Estaba triste, pero para él era un precio que había valido la pena pagar por su posición de poder. Aunque probablemente, no por las mismas razones, cada uno de nosotros ha podido hacer cosas similares en el transcurso de su vida. Sin embargo, para muchos de nosotros, la meta es menos cuestión de poder y más de supervivencia.
Cuando se encuentre con alguien en su vida que active un sentimiento de familiaridad lo invito a que se sumerja en el momento. Algo raro y precioso está ocurriendo en ambos:
acaba de encontrar a alguien que guarda las piezas que usted está buscando: a menudo es una experiencia mutua, ¡y la otra persona se siente atraída hacia usted por la misma razón!
Usando su poder de discernimiento, si siente que es apropiado, inicie una conversación.
Comience por decir algo, cualquier cosa, para mantener el contacto visual. Mientras habla, hágase mentalmente esta sencilla pregunta: ¿Qué veo en esta persona que he perdido en mí, que he entregado o que me han quitado?
Casi de inmediato le llegará una respuesta a su mente. Puede ser tan simple como un sentimiento de comprensión, o tan claro como una voz en su interior que usted reconoce y que ha estado con usted desde su infancia. Las respuestas son a menudo palabras sencillas o frases cortas, y su cuerpo sabe lo que es significativo para usted. Quizá sencillamente perciba en esa persona una belleza que siente le hace falta en su interior en ese momento.
Puede ser la inocencia de esa persona en la vida, la gracia con la que camina por el pasillo del supermercado, o su confianza mientras realiza sus labores, o simplemente el brillo de su vitalidad.
Su encuentro sólo necesita durar unos segundos, quizá unos minutos máximo. Esos breves instantes son su oportunidad de sentir la alegría y la euforia del momento. Usted ha encontrado una parte suya en otra persona, algo que usted ya tiene, así como el sentimiento de que se despierte ese algo.
Para aquellos de nosotros que nos atrevemos a reconocer el sentido de familiaridad en dichos encuentros momentáneos, el espejo de la pérdida es probablemente algo con que nos encontramos cada día. Encontramos la plenitud en nuestros seres cuando los demás nos reflejan nuestra verdadera naturaleza. Colectivamente, estamos buscando nuestra lenitud, y como individuos creamos las situaciones que nos llevan a encontrarla. Desde los miembros del clero hasta los maestros, personas mayores y jóvenes, padres e hijos, todos somos catalizadores de sentimientos.
En esos sentimientos, encontramos las cosas que anhelamos para nosotros, las cosas que siguen con nosotros, pero que están escondidas tras las máscaras de lo que creemos que somos. Es natural y es humano.
Comprender lo que nuestros sentimientos hacia los demás nos están diciendo, en realidad, puede convertirse en una poderosa herramienta para descubrir nuestro mayor poder.
Extracto de La Matriz Divina.
Gregg Braden.
TOMADO DE https://espadadeluzentuhonor.wordpress.com

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