EL UNIVERSO INTERIOR

Foto: EL UNIVERSO INTERIOR  

Todos los seres humanos poseen un universo interior, al cual pueden acceder simplemente cerrando sus ojos y dejándose fluir por él. Un espacio infinito dotado de constelaciones de galaxias, sistemas y grupos estelares, alrededor de un sol central; el mantenimiento de unos niveles adecuados de armonía y resonancia resultan imprescindibles para mantener el equilibrio adecuado de todos los componentes del vasto espacio interno. De alguna manera, se podría colegir que cada ser humano es el Padre Creador, el Dios Absoluto de ese universo, al cual rige y dirige desde su mente, con sus actitudes, sus pensamientos y sus deseos, siendo por tanto su responsabilidad el sostenimiento y mantenimiento de la vida en toda su extensión.  

El tránsito por los flujos del tiempo y del espacio interior se hace siempre posible con el simple ejercicio de la voluntad y constituye una de las más bellas proyecciones imaginables, la visión de las esferas, la percepción de la gama de colores en movimiento, el dulce sonido del silencio, la estructuración por medio del pensamiento, que conduce a otras realidades, a otras manifestaciones dimensionales y la imaginación al servicio de la creación.  

El universo interior no constituye una holografía imaginaria en miniatura, por el contrario, se trata de una auténtica realidad con sus correspondientes dimensiones, conformado y estructurado de manera similar a los grandes superuniversos y que aloja en su seno toda suerte de agrupaciones estelares y cortejos planetarios dotados de vida funcional y orgánica en todos sus niveles de existencia. Las energías sustentadoras de todos los componentes físicos de esta formación interior fluyen directamente del centro generativo (espiral) del corazón, que las recibe y distribuye de acuerdo a su proporcionalidad dimensional, volumétrica y de densidad, siendo el sol interior el catalizador central de las mismas, bajo los impulsos de la voluntad y el deseo del ser humano que las cobija. A partir de este punto, es fácil inferir que todo el sistema autogenera sus condiciones gravitacionales y sus fuerzas proporcionales de atracción y repulsión, así como sus propios flujos de centrifugación y expansión de la materia, en una progresión infinita hacia la eternidad infinitesimal de lo más minúsculo.   
  
De este modo, cabría decir que cada ser humano es el continente y contenido de toda su creación y que, por tanto, el devenir de ésta depende por completo de sus impulsos vitales conformadores o destructores y que, de alguna manera, constituye una elongación de la misma esencia, naturaleza y entidad del Padre Absoluto Creador, que mora en la Isla Eterna del Paraíso y cuya presencia impregna cada partícula y estructura de todo lo manifestado, independientemente de su tamaño, dimensión o densidad.  
No existe una expresión mayor de amor que el ceder a cada criatura un presente semejante.

Angel Luis Fernández.


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Todos los seres humanos poseen un universo interior, al cual pueden acceder simplemente cerrando sus ojos y dejándose fluir por él. Un espacio infinito dotado de constelaciones de galaxias, sistemas y grupos estelares, alrededor de un sol central; el mantenimiento de unos niveles adecuados de armonía y resonancia resultan imprescindibles para mantener el equilibrio adecuado de todos los componentes del vasto espacio interno. De alguna manera, se podría colegir que cada ser humano es el Padre Creador, el Dios Absoluto de ese universo, al cual rige y dirige desde su mente, con sus actitudes, sus pensamientos y sus deseos, siendo por tanto su responsabilidad el sostenimiento y mantenimiento de la vida en toda su extensión.

El tránsito por los flujos del tiempo y del espacio interior se hace siempre posible con el simple ejercicio de la voluntad y constituye una de las más bellas proyecciones imaginables, la visión de las esferas, la percepción de la gama de colores en movimiento, el dulce sonido del silencio, la estructuración por medio del pensamiento, que conduce a otras realidades, a otras manifestaciones dimensionales y la imaginación al servicio de la creación.

El universo interior no constituye una holografía imaginaria en miniatura, por el contrario, se trata de una auténtica realidad con sus correspondientes dimensiones, conformado y estructurado de manera similar a los grandes superuniversos y que aloja en su seno toda suerte de agrupaciones estelares y cortejos planetarios dotados de vida funcional y orgánica en todos sus niveles de existencia. Las energías sustentadoras de todos los componentes físicos de esta formación interior fluyen directamente del centro generativo (espiral) del corazón, que las recibe y distribuye de acuerdo a su proporcionalidad dimensional, volumétrica y de densidad, siendo el sol interior el catalizador central de las mismas, bajo los impulsos de la voluntad y el deseo del ser humano que las cobija. A partir de este punto, es fácil inferir que todo el sistema autogenera sus condiciones gravitacionales y sus fuerzas proporcionales de atracción y repulsión, así como sus propios flujos de centrifugación y expansión de la materia, en una progresión infinita hacia la eternidad infinitesimal de lo más minúsculo.

De este modo, cabría decir que cada ser humano es el continente y contenido de toda su creación y que, por tanto, el devenir de ésta depende por completo de sus impulsos vitales conformadores o destructores y que, de alguna manera, constituye una elongación de la misma esencia, naturaleza y entidad del Padre Absoluto Creador, que mora en la Isla Eterna del Paraíso y cuya presencia impregna cada partícula y estructura de todo lo manifestado, independientemente de su tamaño, dimensión o densidad.
No existe una expresión mayor de amor que el ceder a cada criatura un presente semejante.

Angel Luis Fernández.


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