EL SONIDO DE LA NADA


Foto: En la inmensidad de la totalidad es posible oír el sonido de la nada, el sonido insonoro, pero para entenderlo es preciso ejercer una concentración perfecta de la mente sobre un objetivo interno, acompañada de la completa abstracción de todas las percepciones del mundo exterior.

De ese modo, cuando se consiguen dejar de oír los muchos sonidos y ruidos exteriores, entonces es posible discernir el sonido interior de las cosas, que anula a los exteriores, pero antes de que ese sonido se pueda captar, debe haberse alcanzado la armonía interior, y tanto los oídos físicos como la mente han de estar cegados a toda ilusión.

Esta armonía interior es un estado en el que ni los objetos percibidos por los sentidos, ni las sensaciones fisiológicas, ni las emociones, pueden perturbar la concentración del pensamiento.

Antes de que se pueda oír, es necesario que la imagen del objeto se vuelva tan sorda a los rugidos como a los susurros, a los bramidos como a los zumbidos.

Durante la práctica de la concentración sobre un determinado objeto, se rechaza poco a poco su apariencia externa y se llega a su esencia, que probablemente no se parecerá en casi nada a aquellos objetos que son sus manifestaciones objetivas, pero para llegar al umbral de la escala de los sonidos místicos, también es preciso escuchar la voz de vuestra esencia interior de varias formas distintas: como la melodiosa voz de un ruiseñor entonando un canto de despedida a su compañera, o un timbal sereno, despertando las estrellas centelleantes, o el lamento melodioso del espíritu del océano aprisionado dentro de una concha marina, o una flauta de bambú susurrando al viento, o el sordo retumbar de una nube tempestuosa y como todos ellos juntos.

Angel Luis Fernández.En la inmensidad de la totalidad es posible oír el sonido de la nada, el sonido insonoro, pero para entenderlo es preciso ejercer una concentración perfecta de la mente sobre un objetivo interno, acompañada de la completa abstracción de tod
as las percepciones del mundo exterior.

De ese modo, cuando se consiguen dejar de oír los muchos sonidos y ruidos exteriores, entonces es posible discernir el sonido interior de las cosas, que anula a los exteriores, pero antes de que ese sonido se pueda captar, debe haberse alcanzado la armonía interior, y tanto los oídos físicos como la mente han de estar cegados a toda ilusión.

Esta armonía interior es un estado en el que ni los objetos percibidos por los sentidos, ni las sensaciones fisiológicas, ni las emociones, pueden perturbar la concentración del pensamiento.

Antes de que se pueda oír, es necesario que la imagen del objeto se vuelva tan sorda a los rugidos como a los susurros, a los bramidos como a los zumbidos.

Durante la práctica de la concentración sobre un determinado objeto, se rechaza poco a poco su apariencia externa y se llega a su esencia, que probablemente no se parecerá en casi nada a aquellos objetos que son sus manifestaciones objetivas, pero para llegar al umbral de la escala de los sonidos místicos, también es preciso escuchar la voz de vuestra esencia interior de varias formas distintas: como la melodiosa voz de un ruiseñor entonando un canto de despedida a su compañera, o un timbal sereno, despertando las estrellas centelleantes, o el lamento melodioso del espíritu del océano aprisionado dentro de una concha marina, o una flauta de bambú susurrando al viento, o el sordo retumbar de una nube tempestuosa y como todos ellos juntos.

Angel Luis Fernández.

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