CUENTOS HINDUES. EL SABIO BHRIGU


Bhrigu ha sido uno de los grandes sabios mitológicos hindúes, implacable meditador e investigador de lo Absoluto. Se sometía a rigurosas penitencias en los Himalayas y a menudo le acompañaba en la meditación su hijo Sukra. Sukra era un joven de excelentes condiciones espirituales,  recto y amoroso, siempre pendiente de su amado padre.  Un amanecer, como tantos otros, el encantador joven meditaba junto a su sabio padre. Contempló  en el firmamento una bellísima ninfa alada. Ambos se sintieron irresistiblemente atraídos. Con  los ojos cerrados, Sukra persiguió mentalmente a la adorable criatura, ascendiendo hasta el cie-  lo, donde pasó una temporada entre sabios realizados, dioses y seres celestes, feliz porque es-  taba cerca de su amada ninfa alada. La etérea criatura comenzó a revolotear por un hermoso jardín. Sukra fue hacia ella y ambos se entregaron a un amor sin límites durante eones. En su siguiente nacimiento, Sukra nació como príncipe, se convirtió en rey, llevó una vida de santidad  y murió muy joven. Reencarnó después en innumerables ocasiones y finalmente lo hizo como un asceta que se sometía a rigurosas penitencias a la orilla de un río.  Tales visiones cruzaban por la mente del joven Sukra que seguía sentado al lado de su padre,  sumido en abismal meditación. Por su mente pasaban las que serían sus sucesivas existencias.  Pero el sabio Bhrigu seguía sumido en meditación profunda. Fueron pasando los años. A su lado,  su querido hijo. Muchos años transcurrieron, como nubes se deslizaron por el firmamento. Sukra  se mantuvo también inquebrantable en la postura meditacional, pero el Señor de la Muerte le visitó y le arrebató la vida. Así cuando el sabio, después de un siglo, detuvo la meditación y se  incorporó, espantado vio el cadáver de su hijo descompuesto y comido por miles de infectos gusanos. Se apenó profundamente y comenzó a increpar al Señor del Tiempo. Ante los desabridos reproches que estaba recibiendo, el Señor del Tiempo tomó forma humana y se presentó ante el sabio. Dijo: - Soy el Tiempo. Me parece mentira que un hombre sabio como tú, entrenado en la meditación pro-  funda, pierdas la ecuanimidad, te indignes y me insultes. ¿Acaso no sabes que yo no me detengo  ante nadie? Soy implacable. Alcanzo a todos los seres, incluso a los dioses, y pongo fin a sus  vidas. Nadie puede escapar al Tiempo. Cálmate pues, y no te irrites. Tú sabes que en realidad  no hay vida ni muerte y que todos los seres surgen para desvanecerse. Tu hijo está ahora meditando como asceta y es un hombre sabio. El cuerpo que has visto ya no era tu hijo. Pero los fenómenos ilusorios de este mundo consiguen confundir incluso a hombres tan sabios como tú.  - Tienes razón -repuso avergonzado el sabio-. Me he dejado llevar por la tribulación y la cólera y he perdido mi visión clara. No debemos apenarnos por la muerte aparente que toma a los seres.  - Ahora has hablado con sabiduría -dijo el Señor del Tiempo-. Todo lo que existe es la Conciencia Pura. Queda en paz.

  EL MAESTRO DECLARA: PARA EL QUE HA DESARROLLADO LA PERCEPCIÓN DE LA CONCIENCIA PURA,  LA MUERTE ES UN MERO TRÁMITE.

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