Esencia, Personalidad y Alma

Todo el esquema rítmico y el diseño temporal del hombre se refieren al hombre normal o, mejor dicho, al arquetipo del hombre. Presume que todos los órganos están dispuestos para una sensibilidad igual, de modo que las varias influencias planetarias serán recibidas y tendrán efecto en su justa armonía y proporción. De hecho, no hay hombre individual que refleje perfectamente semejante armonía, puesto que en el hombre ordinario algunas glándulas son de una sensibilidad supranormal y otras de sensibilidad subnormal. Las descripciones de tipos endocrinos o tipos planetarios son un intento por describir el efecto de la sensibilidad supranormal de una glándula o del aparato receptor. Un hombre perfectamente armónico, en el que todas las influencias planetarias estuvieran equilibradas y ninguna ausente o exagerada, difícilmente puede concebirse, excepto como resultado de un inmenso trabajo de auto perfeccionamiento.
Admitiendo el principio de sensibilidad variante en las diferentes glándulas o aparatos receptores, vemos cómo pueden originarse todas las complejidades y anormalidades de la forma humana y de la edad. Si suponemos que Marte emana ciertas influencias que estimulen las funciones adrenal y sexual, en tanto que Venus, influyendo en las paratiroides y el timo, tienda a promover el desarrollo físico y detener la diferenciación sexual; si los dos órganos receptores son igualmente sensibles, los mismos movimientos planetarios aseguran que la influencia marcial eclipsará a la otra a la edad de quince años, produciendo la pubertad. Pero supongamos que el órgano receptor para la influencia marcial sea excepcionalmente sensible y que el sincronizado con la radiación venusina sea insensible; entonces, el primero eclipsará naturalmente al segundo con mucha anticipación, ocurriendo la pubertad no a los quince, sino a los trece y aún a los doce años.
Ciertamente que razas enteras están estructuralmente más sincronizadas con uno que con otros planetas y, por tanto, disponen de su propia normalidad de tiempo, desviándose más o menos de la normalidad prescrita para la humanidad. Además, esas gentes o razas se percatarán más agudamente del ritmo de su planeta y les será difícil comprender las manifestaciones derivadas de la percepción con ritmo completamente diferente de otras gentes.
Ciertos casos patológicos arrojan luz sobre el problema, como por ejemplo aquellos en que un tumor de la glándula pineal produce senilidad prematura, adquiriendo un niño de ocho años la apariencia marchita de un anciano de ochenta.
En los casos mencionados consideramos el efecto de las varias glándulas colocadas a grados diferentes de sensibilidad. Por otra parte, aquí nos parece ver que la glándula misma, debido a estímulo patológico, aumenta fantásticamente su receptividad. Imaginamos una antena de radio de sensibilidad fija, sincronizada con una sola longitud de onda: su volumen variará con la producción y la distancia de la estación transmisora. Este es el caso normal. Pero supongamos que la antena aumenta súbitamente su sensibilidad; empezará a hacer ruido, ahogando a las antenas vecinas, aunque el poder de la estación transmisora permanezca constante y aún disminuya. Si la glándula pineal es sensible a la influencia de cierto planeta, que al actuar en su ciclo prolongado y lento controla el envejecimiento gradual del organismo humano, un estímulo anormal inesperado para esta glándula puede hacerla responder en forma desnaturalizada a esta influencia envejecedora, hasta que por distendimiento de volumen, apaga todas las influencias moderadas que provienen de cualquier otra parte.
En sus formas extremas, estas dos clases de aberración una sensibilidad o deficiencia patológica de alguna glándula y una variación patológica en su función – responden de todas las anormalidades congénitas y orgánicas que se pueden encontrar. En estos casos se daña gravemente el mismo mecanismo del hombre, quizás sin posibilidad de reparación. Y no puede evitarse que toda la vida psíquica derivada de tal mecanismo resulte, también, desviada y desequilibrada.


Sin embargo, existe una clase diferente de anormalidad, mucho más común, encontrada en organismos más o menos saludables. Esta anormalidad, que da lugar a toda la gama de la psiquiatría humana y, en una gran proporción a los pensamientos y sentimiento de la gente ordinaria, es la que debe tratarse ahora.
Hemos llegado a la conclusión de que la proporción en determinado momento, de las diferentes hormonas endocrinas llevadas en la sangre, hacen de un hombre lo que entonces es. Su estado es el resultado de todos los impulsos que estas energías dictan por separado. Impulsos para estudiar, para buscar compañía, hacia el movimiento inquieto, para hacer el amor, mezclándose en diferentes intensidades, producen el sabor y humor del presente. Esto es lo que se conoce por su psicología.
Pero vayamos más adelante y tratemos de imaginar a la corriente sanguínea del hombre como una sola entidad a lo largo de toda su vida, a toda la sangre que ha pasado por él desde la concepción hasta la muerte. La sangre empieza a fluir en el preciso momento en que el huevo impregnado se adhiere al útero materno; y no cesa de hacerlo hasta que su corazón deja de latir. Esta larga corriente sanguínea es una tela de araña que une cada parte del círculo de su vida; en cada momento, la composición de su corriente sanguínea dicta su humor; la totalidad de su sangre viva, llevando la suma total de influencias que han contribuido a su ser, es el hombre. Representa su verdadera naturaleza, lo que objetivamente es, su esencia.
Lo malo es que nadie conoce lo que es esta suma. Nadie se conoce objetivamente a sí mismo. Nadie puede analizar la elevada química de su sangre y honestamente evaluarse a sí mismo de acuerdo con ella. Esto sería un tremendo logro y el hombre que conociera su esencia tendrá en el mundo una enorme ventaja.
En realidad, lo que un hombre piensa de sí mismo y de sus posibilidades tienen muy poco que ver con su química-física reales. El hombre que por su estructura natural y por sus capacidades puede ser un labriego competente y próspero, estima que es un poeta ignorado, aún cuando nunca haya escrito un renglón de poesía. Por otra parte, el poeta innato siente que sería verdaderamente feliz en una granja, aunque no haya pasado más que fines de semana fuera de la ciudad. La estudiosa rata de biblioteca se considera un tenorio en potencia, etc. Estos son sus sueños y ellos ven cuanto les ocurre y a cuantos conocen, en parte a la luz de su propia naturaleza esencial, y en parte a través de esos sueños. Con el objeto de dar apoyo a estos sueños tienen que adaptar a todo una determinada actitud inventada, diferente a aquella que le dicta su sangre, su esencia, lo que realmente son. Esta actitud inventada la toman las demás gentes como su personalidad y hasta puede ser muy solicitada y admirada.
Sin embargo, esto nos trae una idea de la personalidad con un sentido acertado y útil; como aquélla situada entre la esencia del hombre y su mundo exterior. La personalidad legítima es la piel psicológica del hombre, su protección contra la vida y su recurso para adaptarse a ella. Incluye todo lo que ha aprendido sobre cómo orientar a su organismo en su ambiente, el modo que ha aprendido para hablar, pensar, caminar, actuar, etc., todos sus hábitos adquiridos y su idiosincrasia. Sólo en el hombre ordinario esta adaptación a la vida, este savoir faire que le capacita para proteger su vida interna de las distracciones y de los choques innecesarios, está tan entrañablemente mezclada con las actitudes aprendidas e inventadas, que las dos son completamente inseparables. Tenemos que tomarlas como un fenómeno, como personalidad que, aún a su óptimo, es algo irreal, sin sustancia material.
Si pensamos que el círculo de la vida del hombre es algo como una esfera, su esencia vendría a ser la naturaleza física del interior de la esfera, su consistencia, densidad, composición química, etc. Luego, su personalidad es algo imaginario, que no existe para nada en la esfera. No tiene grosor ni dimensión. Proviene únicamente del exterior. Es como la luz del mundo que le envuelve, reflejada en la superficie de la esfera. Podemos aún decir que sólo se refleja desde una mitad de su vida, desde un hemisferio, puesto que antes de la edad de dos o tres años un hombre carece de imaginación sobre sí mismo, no pretende y, de hecho, no es sino esencia.
Podemos lograr una mayor comprensión de la naturaleza de la personalidad cuando nos damos cuenta que esta luz que refleja es exactamente la que no absorbe. Se la reconoce por lo que no recibe, por lo que no comprende. Esta es su personalidad. Cuando realmente comprende y absorbe algo, penetra dentro de él y se convierte en parte de su esencia. Entonces, ya no es visible para los demás como su personalidad, ya es él.
Ahora bien, la anormalidad o locura fundamental del hombre reside en la divergencia entre la esencia y la personalidad. Mientras más de cerca se conozca un hombre en cuanto a lo que es, más próximo se encuentra de la sabiduría. Mientras más diverja su imaginación acerca de sí mismo en relación con lo que es en realidad, estará más perturbado. Al principio hablamos de anormalidades orgánicas como si se tratara de asnos o caballos enfermos. Ahora estamos considerando el problema de asnos perfectamente sanos que se consideran caballos y de caballos perfectamente sanos que se consideran asnos. Este es el contenido de la psicología ordinaria.
Sin embargo, existe una posibilidad de curar esta ilusión psicológica. Esta es la potencialidad que existe en el hombre de llegar a ser consciente de su propia existencia y de su relación con el universo que le rodea. Porque en el momento que es consciente de su existencia, conoce lo que es y lo que no es él; es decir, conoce la diferencia que hay entre su esencia y su personalidad. También en el mismo momento conoce qué es lo que está en él y qué es lo que está fuera de él, esto es, se conoce a sí mismo y su relación con el mundo.


Recordarse a sí mismo y sólo recordarse a sí mismo capacita al hombre de este modo para mudar la piel exterior de la personalidad y para sentir y actuar libremente con su esencia, esto es, le permite ser él mismo. En esta forma puede separarse por sí mismo de las pretensiones e imitaciones que lo han esclavizado desde su infancia y retornar a lo que realmente es, retornar a su esencial naturaleza propia. Este retorno a la esencia está ligado con un sentido de libertad y de liberación, distinto de otro cualquiera, y que puede suministrar exactamente la fuerza de motivación requerida para intentar las tareas enteramente nuevas que el hombre libertado ve ahora que son necesarias.
Este famoso tema del Peer Gynt de Ibsen Hombre, a ti mismo sé fiel- es ciertamente el primer y obligatorio mandamiento en el camino de la consciencia y del auto desarrollo. Porque a menos que el hombre se halle a sí mismo, encuentre su propia naturaleza y destino esenciales y comience desde aquéllos, todos sus esfuerzos y logros se construirán sobre la arena deleznable de la personalidad y en los primeros choques graves se hundirá toda la estructura, destruyéndolo quizás en la caída.
En un hombre que todavía está desarrollándose, la personalidad es el servidor de la esencia. Tan pronto como la esencia se convierte en sirviente de la personalidad, esto es, tan pronto como la fuerza natural y capacidad de un hombre hace que sirvan al falso retrato de sí mismo, cesa el crecimiento interior y en el curso debido declina la esencia, haciéndose incapaz de nuevo crecimiento. El único camino en el cual esta declinación puede ser contrarrestada y restaurarse la vida a la esencia es por el recordarse a sí mismo; es decir, por el cultivo deliberado del auto conocimiento y de la auto consciencia.
Qué es lo que implica esto? Al estudiar las funciones de las distintas glándulas vemos que no sólo están conectadas y unificadas por la corriente sanguínea, sino potencialmente, también, de un modo diferente. Están conectadas en un orden diferente por un sistema nervioso sin uso. El funcionamiento de este sistema se relaciona con la posibilidad de que un hombre esté enterado de sí mismo. Del modo como su sensación subjetiva de la corriente sanguínea es una sensación de tibieza corpórea, así la sensación subjetiva de este sistema, de trabajar completamente, debe ser la consciencia de sí mismo. Esta es la nueva función que, aventuramos, debe entrar en actividad en la plenitud de la vida.
Dijimos que la esencia del hombre es la totalidad de su corriente sanguínea, toda la sangre que fluye a través de él desde la concepción a la muerte. Ahora podemos decir que el alma del hombre es la totalidad de los momentos de auto consciencia en el transcurso de su vida, o toda la energía súper fina que fluye por su no-utilizado sistema nervioso.
Pero aquí tropezamos con un problema, porque ya hemos admitido que esos momentos son excesivamente raros, unos cuantos por año o, quizás, por vida. En la forma ordinaria un hombre no es consciente de su existencia. La energía no fluye para nada a través de este sistema. Es más, los momentos de auto consciencia que un hombre puede experimentar en circunstancias de gran tensión, gran alegría, dolor, resistencia, sufrimiento y penalidad, de hecho son nada más que momentos y se van tan pronto como vienen. De modo que aún sumados, resultan casi nada, como una serie de puntos no llega a tener dimensión mensurable.
Qué es lo que ha ocurrido, pues, con el alma del hombre? No tenemos más que admitir que el hombre ordinario no tiene alma. Tiene que ser creada,



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Acotación al margen:
Esta es una mala interpretación muy difundida de la enseñanza de Gurdieff.
Cuando él hablaba de formar un segundo cuerpo lo que erróneamente sus seguidores consideraban la creación de un alma se refería a un cuerpo para el alma que le permitiera actuar en la octava superior: cuarta dimensión. Su base era el cuerpo emocional – que todos tenemos al que había que disciplinar y educar, ya que nos trae y nos lleva a su antojo sin que seamos conscientes de ello. Por eso empezaba con la observación de las emociones negativas.
No es que tengamos o no tengamos un alma: somos un alma, lo hemos sido desde siempre, desde cuando empezamos como un ser evolucionante en nuestro laborioso aprendizaje de una encarnación tras otra. Nuestra meta es fundirnos como almas con nuestro Yo Superior en la quinta dimensión.
Después de aclarar este malentendido , vale la pena seguir leyendo este artículo y aprovechar lo mucho de positivo que hay en él.


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Por derivación, la psicología es la ciencia o la sabiduría del alma. Pero si el hombre no tiene alma, nada de lo que ahora se considera psicología es tal. Todo lo que lleva ese nombre es, en realidad, psiquiatría, esto es estudio de la enfermedad del alma o las condiciones de la ausencia del alma. Por tanto, la verdadera psicología es el estudio de lo que todavía no existe; el estudio del arte de crear un alma.
Hemos hablado de esencia, personalidad y alma. Ahora es posible pensar en la relación de estas diferentes partes del hombre. El mundo de un hombre individual se encuentra rodeado de otros mundos de escala similar, calado por los mundos más pequeños de células y moléculas e incluido dentro de los grandes mundos de la Naturaleza, la Tierra, el Sistema Solar, etc. De estos otros mundos se nutre bajo la forma de alimentos, aire y percepciones de todas clases. En diferentes períodos de la vida con su diferente medio y sus diferentes funciones dominantes, se utilizan alimentos que proveen especialmente a uno u otro aspecto del hombre, con referencia especial a los diferentes aspectos de su organismo físico. Ahora se trata del desarrollo de otras partes del hombre que no sean su cuerpo, es decir, de su esencia y de su alma.
Acabamos de decir que cuando un hombre absorbe realmente algo y lo comprende, ese algo penetra en él y se vuelve parte de él. Así que, de un modo más general, podemos decir que ciertas percepciones del mundo exterior llevan la posibilidad de penetrar en la esencia, que puede ser modificada por aquellas en su debido curso. En particular, percepciones de mundos más altos, de fuerzas superiores o, inversamente, percepciones terribles y dolorosas, tomadas de cierto modo, tienen ese poder. Si tales percepciones penetran realmente dentro de un hombre y éste las digiere, puede ser nutrida y empezar a desarrollarse la esencia.


Y, a la inversa, es una cierta categoría de percepciones no absorbidas, la que se refleja desde la superficie en forma de personalidad, así como los rayos solares que no son absorbidos por la Luna, se nos reflejan de vuelta en su llamada luz.
Además, así como las percepciones propiamente recibidas a través de sentidos corpóreos pueden alimentar la esencia y alterar su naturaleza, así estas finísimas materias que se acumulan en la esencia pueden alimentar el alma embrionaria. Estas mismas percepciones de mundos y posibilidades superiores, o estas percepciones de dolor, sufrimiento y gran peligro, profundamente absorbidas dentro de su esencia, pueden despertar en el hombre un deseo de llegar a ser consciente de su existencia y de su relación con el Universo. Si esta clase de nutrición se recibe durante suficiente tiempo y con la debida consistencia, lo pueden conducir a la realización de esfuerzos directos por ser consciente. Y éstos, a su vez, con suerte y condiciones apropiadas, pueden lograr con el tiempo una creciente recurrencia de momentos de auto consciencia y su mayor duración. De este modo nace un alma.
Tal desarrollo en la esencia y el nacimiento del alma implicarán un cambio de todo el ser del hombre, una acumulación interna de fuerza y energía. Y, así como el reflejo de percepciones como una personalidad se halló que es análogo a la luz reflejada por la Luna, así la transformación interna de impresiones para crear un alma se parecerá al proceso por el que el cuerpo resplandece por su propia luz. Lo hará semejante al Sol.
Rodney Collin
Extractado por Farid Ázael de
El Desarrollo de la Luz.- Edit. Eneagrama,

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