EL PLANETA SUPERVIVIENTE
¡El
planeta se muere! ¡Estamos acabando con el planeta! ¡Salvad el planeta! ¡El
planeta agoniza!
¡Cuánta
arrogancia e inconsciencia conllevan estos enunciados!
Es muy urgente
dejar de tratar este asunto desde una perspectiva tan engañosa. El concepto “estamos
acabando con el planeta” distorsiona y relativiza de forma perversa el
auténtico problema. Y quizá, si lo dimensionamos en su justa medida podemos tomar
consciencia de lo que estamos haciendo para así ponerle freno.
Porque ¡No! Nadie está acabando con el planeta. Aunque lo hayas visto en películas de ciencia ficción el ser humano, hoy por hoy, no tiene poder para hacer reventar un planeta. No podría hacerlo ni con todas las bombas atómicas disponibles. Sin embargo, lo que estamos haciendo es igual de absurdo, igual de ridículo. Estamos acabando solamente con el ecosistema que nos sustenta y nos permite vivir. Si algo agoniza es nuestra especie, no el planeta.
Vamos
por partes: Para empezar, nuestra maravillosa Tierra existe desde hace unos 4 500
millones de años; piensa un momento en esta cifra… Toda la historia del ser
humano, desde que dejamos de ser simios hasta hoy, no es más que un parpadeo en
dicha edad. Somos unos recién llegados en el planeta Tierra. Y no es la primera vez que el planeta sufre un cambio
climático drástico, ni es la primera vez que se contamina su atmósfera con gases
nocivos (antes lo hicieron ciertos cataclismos volcánicos), ni siquiera es la única
vez que se produce una extinción masiva de sus habitantes, de hecho, esta sería
la sexta extinción.
Así que
vamos a calibrar bien el asunto: lo que en realidad le estamos provocando al
planeta no es la muerte, sino tan solo una dolencia, una leve infección vírica.
Pequeña, ligera y leve para el planeta,
pero no para nosotros, ni tampoco para los millones de especies que nos
acompañan en la actualidad.
Es
verdad que el planeta empieza a notar
los síntomas y que está empezando a enfermar. Es cierto que va a tener “fiebre”
y que estará bastante desmejorado
durante algún tiempo. Pero, aunque no lo creas, para nuestro enorme planeta no
será tan grave, no será mortal ni mucho menos. Tendrá “fiebre” durante unos 100
000 o incluso durante un millón de años, pero esta cifra que para nosotros es
tan enorme, para el planeta es tan solo un día en su vida.
Lo que se
está desencadenando en nuestra longeva Tierra, es algo muy parecido a lo que
hace nuestro propio cuerpo para librarse del virus de la gripe: un par de días
en cama con fiebre, sudores, mucosidades y algo de tos. Estos síntomas son realmente
procesos auto-curativos que nuestro organismo pone en marcha para expulsar y
acabar con el virus. Pues el planeta está haciendo lo mismo: cambio climático, contaminación
de sus aguas, gases tóxicos en su atmósfera, etc… en definitiva los mismos síntomas
con la misma finalidad: acabar con la infección, matar el virus.
Y el
virus, sin duda, somos nosotros. Si, la especie humana es como un microbio,
igual de dañino pero igual de insignificante para este planeta. No somos ni el
Ébola ni un Cáncer terminal, somos una pequeña gripe, nada más. Porque cuando
hayan desparecido los microbios, esta Tierra no tardará nada en “levantarse de
la cama”. Puede que esté algo débil otro millón de años, es decir, otro par de
días más. Pero enseguida su temperatura volverá a la normalidad, su aire y sus
aguas se limpiaran y como ya ha ocurrido anteriormente, a una extinción masiva,
le seguirá una nueva explosión de vida, una nueva expansión de biodiversidad. Y
esa otra exuberancia de vida fagocitará en un abrir y cerrar de ojos todo el
cemento, el alquitrán y esos amasijos oxidados una vez llamados ciudades. En tan
solo dos millones de años, como mucho, no quedará ni rastro de la Psoriasis pasajera que un día le
provocamos a este planeta. Y la Tierra de nuevo volverá a ser lo que siempre ha
sido, un inmenso paraíso de vida. Pero esta vez lo hará sin rastro del virus
llamado Humanidad.
Toda nuestra historia, avances, inventos… toda nuestra tecnología y nuestro engreimiento de raza superior, solo habrá sido una insignificante anécdota en la larga biografía del planeta.
Por lo
tanto, los eslóganes del tipo “estamos acabando con el planeta” no solo son mentira,
sino que verdaderamente esconden una realidad muy incómoda. En primer lugar, disfrazan
la auténtica dimensión del problema, que no es otra que la inconsciencia y la profunda
estupidez humana. Pero sobre todo nos libran de ciertas emociones que no
queremos ni sentir ni afrontar: la insignificancia, la vergüenza, la culpa y el
miedo. Decir que estamos acabando con el
planeta, en el fondo, es decir que estamos acabando con un “algo” difuso,
distante… Un “algo” ajeno a nosotros. Lo percibimos como un problema que quizá
nos afecte, pero bueno… somos tan inteligentes que seguro que sabremos
solucionarlo. Y no, eso no es lo que va a ocurrir, la vergonzosa realidad es
que el ser humano, si está acabando con algo, es tan solo consigo mismo.
El
planeta no va a morir, solo a enfermar de forma pasajera, pero la raza humana va
a desaparecer porque estamos destruyendo todo ese “algo” que nos permite vivir.
Vamos a morir de hambre, de calor, de asfixia… porque estamos recalentando, intoxicando
la atmósfera y talando los bosques que nos permiten respirar el oxígeno vital; sobrexplotando
y esquilmando los terrenos donde cultivamos las plantas que nos alimentan a nosotros
y a nuestro ganado; envenenando los ríos y océanos que nos dan de beber, y en
donde viven los peces de los que también nos atiborramos. Y por si fuera poco, estamos
convirtiendo en un basurero toxico todo nuestro hogar, nuestra única casa, el único planeta habitable y disponible en
millones de años luz a la redonda. Este oasis azul perdido en un inmenso
desierto negro, vacío y hostil llamado Universo.
Pero al
“Súper Ser Humano”, la cúspide de la creación, le resulta más digerible seguir
diciendo que estamos acabando con “un algo” antes que asimilar la verdad… Porque no señores, no estamos acabando con el
planeta, nos estamos suicidando en masa, sentenciando a muerte a nuestros hijos
y nietos, y a la gran mayoría de seres vivos que nos acompañan.
Esta es
la verdadera dimensión, el enfoque realista del problema. Y sé que la verdad
resulta dura y dolorosa pero es que no hay tiempo para edulcorantes, ni
engañosos juegos de palabras. No hay tiempo para enfoques que nos impiden sentir
lo que debemos sentir. La vergüenza por estar acabando con el Ecosistema que nos
sustenta, el ridículo porque a pesar de nuestra inteligencia, no somos capaces
de evitarlo y el miedo ante un desastre que ha empezado y que es ya, casi seguro,
imparable.
Pero justamente
sentir estas emociones es lo único que nos puede salvar. Creo que el efecto motivador
y reactivo de estos sentimientos es lo que puede hacernos despertar y ponernos en
marcha. Es crucial sentir a fondo la amenaza y la magnitud de esta absurda
tragedia porque a los seres humanos el sentir es lo que nos hace entender, actuar,
dimensionar y reaccionar.
Ha
llegado la hora de dejar de comportarnos como avestruces y sacar la cabeza del
agujero donde la escondemos. Es el momento de mirar de frente el peligro y actuar
todos y hacerlo como lo que se supone que somos: una especie inteligente y
consciente.
Así que por favor, sí, siéntete ridículo, siéntete toxico, siente vergüenza, culpa y pánico porque solo así puede renacer tu otra naturaleza, esa naturaleza ancestral y mágica que todos llevamos dentro. Porque una vez los humanos fuimos seres sabios que venerábamos no a un Dios en los cielos, sino a una Diosa Madre llamada Tierra. Y no hace tanto que éramos hijos respetuosos, hijos que se alimentaban de Ella pero sin ensuciarla ni exprimirla hasta dejarla seca.
Nuestra
tecnología y nuestros centros comerciales nos han hecho perder de vista la
realidad, perder la consciencia de que le debemos a una entidad superior
llamada Madre Tierra cada bocanada de aire fresco, cada sabroso alimento, cada
sorbo de agua potable, cada materia prima… Parece que nos hemos olvidado que solo
podemos sobrevivir por ser una de las millones de piezas que forman este
organismo pluricelular. Y que si nos comportamos como parásitos, como microbios
dañinos y rompemos el frágil equilibrio de nuestro ecosistema, lo único que
vamos a provocar es nuestra propia extinción, no la del Gran Organismo Tierra.
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