Todo es Como Debería Ser: Tú Eres lo Único Que Está Inquieto
Un viejo hábito muy instalado en tu vida es el de desear cambiar las
cosas. Un hábito que puede ser reemplazado por el de percibir que todo
es exactamente como tiene que ser, que la Paz todo lo inunda y que lo
único que se halla y vive inquieto en este planeta, en el Cosmos y en la
Creación ¡eres tú!
Porque esto es lo real: todo es como debería ser. Para verlo solo tienes
que serenarte. De hecho, en el Cielo y en la Tierra, en tu vida y en la
de los demás, todo encaja: nada sobra ni falta; todo fluye, refluye y
confluye en el Amor de cuanto Acontece; todo tiene su porqué y para qué
en clave del proceso evolutivo y consciencial; y ya todo es y tú mismo
eres todo lo que tu Corazón puede anhelar. Por tanto, relájate y observa
y vive la vida no a través de la mente y el coche que usas para
vivenciar la experiencia humana, sino desde el conductor que eres y
siempre serás con independencia del vehículo que ahora ocupas.
¿Puedes imaginarte un mundo mejor que este, una vida mejor que esta? Si
eres sabio, te resultará imposible. Si eres necio, desde luego que sí; y
de tu cabeza surgirán infinidad de brillantes ideas, criterios,
pareceres y opiniones de cómo ha de ser esto, aquello y lo de más allá…
¡Tú convertido en juez de ti mismo, los demás, las cosas, la
Naturaleza, la Tierra, el Cosmos y la Creación!… ¿No te das cuenta de
que es una tremenda insensatez?
En la Creación y el Cosmos no existe el “cambio”, pues nada se halla
estático y la impermanencia es la regla general: todo está en continúa
mutación y transformación, en un incesante devenir y fluir. No hay
cambio, sino “Evolución”. Constante, cíclica y muy rápida… Nada es
inamovible, nada permanece estancado, sino que todo se encuentra en
persistente Evolución (lo recoge muy bien el Principio Hermético del
Ritmo; o la visión oriental volcada en el Tao: el flujo universal que
nunca para). Y se manifiesta de infinidad de maneras, desde la sucesión
del día y la noche, las fases lunares o las estaciones del año a los
ciclos vitales y las mutaciones materiales, energéticas y conscienciales
que escapan a la mente y al actual conocimiento humano. Es la Ley del
Todo. Tomar consciencia de ella implica darse cuenta de que la Evolución
es la única constante en el Universo y, abandonando cualquier noción de
cambio, fluir en el Tao hasta hacerse uno con él.
¿Por qué le cuesta a la gente percatarse de esta Evolución y de lo raudo
que se desarrolla? Los sentidos corpóreo-mentales humanos no lo
perciben, de igual manera que no notan que pisan un planeta que da
vueltas sobre sí mismo y viaja por el Universo a velocidades
vertiginosas. La Tierra rota sobre sí, a una velocidad media de 1.670
kilómetros/hora; y, simultáneamente, alrededor del Sol, a 106.000
kilómetros/hora. Y el sistema solar en su conjunto gira en torno al
centro de la Vía Láctea, que se mueve dentro de un Grupo Local de
Galaxias –casi medio centenar–, que se desplaza, a su vez, por el
espacio hacia un enorme ente gravitatorio que los científicos llaman
actualmente “El Gran Atractor”. Los sentidos corpóreos-mentales no se
dan cuenta de ninguno de estos espectaculares movimientos cósmicos. Y
tampoco de la Evolución. Pero esta incide en cada persona y en la
Humanidad.
Cualquier sensación de cambio y su necesidad es una invención del “yo”
físico, mental y emocional y pura vanidad del ego. La Creación es una
Magna Naturaleza, tan Viva como Divina, que se despliega y complementa a
sí misma de instante en instante por influjo de la Evolución natural.
Nada hay en la Creación –ni en lo “macro” ni en lo “micro”, ni en lo
global ni en las singularidades– que la mano o la mente humanas deban o
tengan que alterar, modificar o cambiar… La idea o voluntad de cambio
supone desconocer la naturaleza excelsa e inefable de cuanto Es y
Acontece. Y representa una descomunal necedad derivada de la pretensión
del ego de “marcar el paso” para que las cosas se ajusten a lo que “yo”
deseo, cuando “yo” deseo y de la manera que “yo” deseo. Nada se logra
con ello, salvo hacer consciencialmente fatigoso el devenir de una
Evolución natural en la que basta con fluir.
Sirva el ejemplo del invierno y la primavera. En invierno, el frío y la
humedad configuran la base evolutiva y natural para que, meses después,
la primavera explote en todo su esplendor. Si a alguien no le gusta el
invierno y prefiere la primavera, debe comprender no solo que el proceso
no puede ser alterado por mucho empeño que se ponga en que la
climatología “cambie” –que lo hará, pero cuando en el orden natural y
evolutivo corresponda–, sino que, además, el invierno y cada uno de sus
componentes (frío, lluvia, viento, nieve,…) son parte constitutiva de la
propia primavera, pues sin ellos la primavera no sería.
Sin embargo, mucha gente quiere que cambien las cosas (su vida, la de
los demás, el mundo en general…) y lo intentan actuando hacia afuera,
sobre el mundo exterior. También hay quienes quieren el cambio
entendiendo que es una ventana que se abre desde el interior, es decir,
pretenden un “cambio interior” que consideran la llave del “cambio
exterior”. Pero lo cierto es que no hay nada que cambiar, ni desde fuera
ni desde dentro de uno mismo: todo se halla en constante Evolución y en
el punto exacto de la misma que corresponde y es coherente con el
proceso consciencial de cada componente de la Creación, también de la
Humanidad y de cada persona.
Toma consciencia de esto: ¡nada puede ser mejor que tal como es! El
único problema es que te has habituado a identificarte con el coche, no
con el conductor. Y desde esa identificación, oteas y vives la vida a
través de la mente, que nunca estará a gusto con la vida. Pero el
problema no es la vida, ni el Universo, ni la existencia: ¡el único
problema eres tú!… Deja que tu energía se repose, calma la trepidante
cadena de pensamientos, emociones, sensaciones y sentimientos que tú
mismo creas en tu aferramiento a tu pequeño “yo” y a tu mente y verás
que todo está en equilibrio y armonía. Tú eres lo único que no está en
paz. Solamente tú estás dividido, separado, roto de la realidad, a
disgusto con ella, en conflicto y lucha con ella.
Viejo hábito
Desear cambiar las cosas (la vida de uno mismo, la de los demás, el mundo en general…), viendo, viviendo y juzgando la vida a través de la mente.
Nuevo hábito
Percibir desde lo que realmente eres que todo es exactamente como tiene que ser; que la Paz todo lo inunda; que lo único que se encuentra inquieto eres tú; y que todo se halla en constante Evolución y en el punto exacto de la misma que corresponde y es coherente con el proceso consciencial de cada componente de la Creación, también de la Humanidad y de cada persona.
Texto extraído del libro de Emilio Carrillo titulado Sin mente, sin lenguaje, sin tiempo: www.sinmente.com
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