Que nos ocurre después de la Muerte
Aunque todos tenemos que dejar el cuerpo
antes o después, este es un tema del que casi nadie quiere hablar,
excepto, claro está, las compañías de seguros, agencias funerarias,
constructores de ataúdes y cementerios, enterradores… Sin embargo, a
todos nos preocupa, como es lo natural, y por eso eludimos hablar de
este asunto aunque en el fondo de nuestros corazones lo consideremos muy
importante. Y si surge, nos damos cuenta de que nadie nos dice nada
claro sobre esto. Todo son especulaciones, falsedades y generalidades.
Las enseñanzas de las iglesias por su parte nos mantienen en la
ignorancia, y ya veremos por qué.
Pero siendo este un asunto con el que
hemos de enfrentarnos debemos saber qué nos va a pasar y qué nos ocultan
las iglesias sobre lo que dijo verdaderamente Cristo. Y es que lo que
dijo no aparece en ninguno de los textos elegidos por los eclesiásticos
.Estos fueron cuidadosamente mutilados o desechados para evitar a la
Iglesia católica demasiadas contradicciones entre la doctrina y la vida
que practican sus anticristianas jerarquías desde hace cerca de dos mil
años, lo que ya es persistir.
¿QUÉ DICE EL CRISTIANISMO SOBRE LA MUERTE?
Cristo ya nos dijo: Yo soy la resurrección y la vida.
El que cree en mí, aunque esté muerto vivirá.”
“En la casa de Mi Padre hay muchas moradas”.
Esto bastaría para estar seguros de la
vida eterna y de la inmortalidad del alma. Pero dijo muchas más cosas
que las iglesias nos han ido ocultando, como la idea básica de la
reencarnación y otras que se verán en este trabajo. Aquí se trata de
manifestar ideas concretas sobre el movimiento del alma al dejar este
plano existencial.
¿A dónde va el alma inmediatamente tras
dejar el cuerpo y en adelante? ¿Qué dijo Jesús a sus primeros discípulos
y se siguió diciendo hasta que la jerarquía Católica intervino y ocultó
o ignoró aquellas enseñanzas hasta el día de hoy? Estas son preguntas
cuyas respuestas poco tienen que ver con las de las iglesias que llevan
el nombre de “cristianas”.
Y estas son respuestas que necesitamos conocer,
ya que antes o después pasaremos por esta experiencia.
-Lo que llamamos “muerte” no es más que
el abandono por el alma de un cuerpo físico que fue su vehículo
terrestre, pero que ya no puede sostenerla para su propósito evolutivo.
Sólo eso. Pues el alma –nosotros- sigue –seguimos- viviendo. Esto es lo
que afirmamos los que creemos en Dios y en sus mensajeros, cualquiera
que sea nuestra religión.
Cada noche – y esa es la razón por la
que dormimos- el alma se separa igualmente del cuerpo y se dirige a los
ámbitos de energía correspondientes a su propia vibración energética a
tomar de esa energía afín para el día siguiente. Por eso el no dormir
durante algunos días debilita el organismo hasta causarle la muerte, por
más que nos alimentemos o más vitaminas o recetas de farmacia que
tomemos. De modo que cada noche se da un ensayo de la muerte, una
pequeña muerte.
¿Y por qué podemos despertar todos los días
y una sola vez en nuestra existencia ya no?
y una sola vez en nuestra existencia ya no?
El cuerpo físico está unido al alma
(envuelta a su vez por un cuerpo de materia intermedia más sutil que la
corporal: el cuerpo llamado astral). Esta unión se realiza mediante un
hilo energético llamado “cordón de plata”, hilo de una longitud
infinita, por ser energía no condensada. Surge de la zona de nuestro
ombligo y–como sucede con el viaje espacial del astronauta- mantiene
unidos a la “nave nodriza”(el cuerpo físico) con nuestro “doble” de
material más fino en donde se encuentra el alma con todas sus cargas.
Estas cargas resultan del incumplimiento de las leyes divinas y son
nuestro karma a purificar o expiar en esta existencia o en otra
posterior. También en el Mas Allá, como veremos.
Cada día hacemos nuestro particular
viaje espacial precisamente a los ámbitos del Más Allá, que reciben este
nombre precisamente por hallarse “más allá” del cosmos material. Pero
el día que “toca morir”, ese cordón es cortado, ya no podemos regresar
más a la “nave nodriza” y el corazón se para. Es entonces cuando el
médico certifica la defunción.
Y ahí estamos, si somos el muerto, tal
vez desconcertados porque la gente llora a nuestro alrededor, tal vez
preocupados porque no nos escuchan, pero nosotros sí podemos escuchar
porque somos energía consciente y sintiente tengamos o no cuerpo físico.
Quien haya visto la película “Ghost”, y otras de ese estilo como “El
sexto sentido”, o “No te mueras sin decirme a dónde vas”, hará una idea
muy aproximada de lo que aquí se dice…
El ahora difunto sufre si lloran sus
seres más queridos con los que ahora no tiene comunicación verbal ni
contacto físico, y aunque algunos sensitivos pueden verlo y comunicarse
telepáticamente con él, para los demás parece haberse hecho invisible,
mientras sus intentos de intentar penetrar en su cuerpo han sido
definitivamente en vano….Y durante un tiempo puede merodear alrededor de
su mortaja, sin terminar de comprender algo que acabará por admitir
antes o después: que está muerto, pero que en realidad no está muerto,
sino vivo, pues sigue sintiendo y pensando, igual que sucede cuando se
sueña. Está vivo, pero no puede penetrar en ese cuerpo que todavía
reconoce como propio.
Entre tanto, y durante las primeras 72
horas, -dependiendo del grado de desapego a este mundo- el alma, que es
ahora la que dirige el proceso, se va desprendiendo de todas sus
conexiones energéticas y materiales con el cuerpo físico; el sistema
nervioso va dejando de funcionar y el cuerpo material va perdiendo la
sensibilidad progresivamente mientras comienza su lento deterioro al ser
abandonado por la vida. (Cuidado ahí con el tema de las donaciones de
órganos: el difunto sufre las amputaciones, aunque no pueda
manifestarlo. Igual puede decirse de las cremaciones: el difunto sufre
el dolor de las quemaduras. Es por esto tal vez que en el País Vasco
existe la costumbre ancestral de dejar al muerto durante tres días en
una habitación del cementerio antes de proceder a enterrar el cuerpo).
Los difuntos que han estado muy apegados
a este mundo, tardan más tiempo en comprender que han muerto, a pesar
de que reciben indicaciones de seres instructores, y aunque el cuerpo
físico ya no les acompaña, visitan sus lugares habituales de existencia
terrenal con su revestimiento astral e intentan vivir como siempre lo
han hecho (son los fantasmas) hasta que se dan cuenta de que están en
otra dimensión de la existencia. ¿Dónde? en una estación intermedia,
llamado “reino de las almas” un sitio de paso en donde recibirán en su
momento las indicaciones necesarias para dirigirse a su siguiente
destino. En esta estación intermedia, el alma se va liberando y
abandonando poco a poco todos los programas básicos del ego que formaron
parte de su vida material: su idea de profesión, estado civil, hábitos
culinarios, rutinas diarias, etc. pero sigue teniendo conciencia de sí y
de sus emociones y sensaciones.
Desde la estación intermedia sentirá en
un momento determinado la necesidad de dirigirse a un planeta
espiritual, (veremos enseguida por qué) y pasará a uno de los cuatro
ámbitos de purificación a los que pertenece ese planeta. ¿Y qué son los
ámbitos de purificación? Planetas de sustancia sutil, energética, como
lo es el alma, y por los que esta se siente atraída. Se siente atraída
por alguno en particular porque durante su vida ha pensado, sentido,
actuado, hablado, es decir: ha estado emitiendo energía.. La energía que
emitimos cada uno tiene determinadas cualidades y entra en contacto con
planetas de energía situados más allá del cosmos material que se
encuentran en esa frecuencia vibratoria, pues ninguna energía se pierde.
Nuestro primer destino después de la
estación intermedia es, pues, el planeta donde hemos enviado nuestras
energías predominantes. Nos sentimos llamados por él y de un modo
natural ingresamos en su área de influencia. Este planeta no es el
cielo. Mientras nuestras almas estén cargadas de defectos no
purificados, o pecados no reconocidos o no expiados, no podemos aspirar a
tan altas moradas. (Pecados: pensamientos, sentimientos y actos
contrarios a los Diez mandamientos y al Sermón de la Montaña).
Existen 7 cielos, correspondientes a los
siete chakras o centros de conciencia existentes a lo largo de nuestra
columna vertebral; vórtices por los que recibimos y enviamos la energía
correspondiente a lo largo de nuestra vida. Y aunque el Todo está en
todo y no hay nada separado de nada, en cada planeta espiritual y en
cada lugar del universo, predomina un tipo de energía u otro. Así en
cada planeta de purificación predomina una virtud, e igualmente sucede
en cada uno de los siete cielos.
El alma cargada, una vez llegada a su
nueva morada,- uno de los planetas de purificación del orden, la
voluntad, la sabiduría o la seriedad,- inicia una nueva andadura. Aquí
sigue teniendo vivencias, relaciones, escuelas, ayudas para expiar lo
pendiente y para seguir aprendiendo. De ahí es posible regresar y
encarnar de nuevo con un cuerpo físico,( la llamada reencarnación),
regresar para poder eliminar las cargas del alma en mucho menos tiempo
del que es necesario en los planetas de purificación, donde cada uno
sufre todo cuanto daño ha producido mientras estuvo en la Tierra.
Y es aquí, de nuevo en la Tierra, donde
tiene nuevas oportunidades en menos tiempo de limpiar sus cargas,
compensar los daños y poder pasar luego a planetas más elevados o a uno
de los cielos donde es posible ver a Dios directamente, como el hijo
pródigo de la parábola volvió a la casa de su padre. Esta parábola es
fundamental para comprender la idea de que Dios no castiga nunca a sus
hijos, pues es todo amor y misericordia a pesar de nuestras miserias.
Así que no existe el llamado Infierno, que es otro más de los miedos de
quita y pon que las iglesias inventan para atrapar incautos. Somos
nosotros mismos quienes nos damos cuenta de que con nuestras cargas no
podemos aspirar a un sitio distinto al que nos encontramos , pues
nuestra conciencia no nos engaña –como nos hace el intelecto del ego en
la Tierra- y acepta con toda naturalidad estar donde está en cada
momento.
La iglesia católica, mientras tanto,
niega la posibilidad de volver del Más Allá (lo que llamamos
reencarnación), y niega todas estas enseñanzas sobre la muerte y el Más
Allá, mucho más informadas, detalladas, lógicas, normales y
comprensibles que lo que afirma el Vaticano, que es vacío de contenido y
“misterioso”. (Pero señores curas: ¿qué interés podría tener Dios de
que no se conociera la verdad en este asunto que tanto nos concierne? Si
Cristo la enseñó, ¿por qué las iglesias la niegan?…? ¿O es que Cristo
enseñaba cosas contrarias a las de Dios?…Señores curas de todas las
categorías: ustedes van errados, pero lo peor es que mantienen ciegos a
quienes les siguen.
Las iglesias mal llamada “cristianas”
viven de la ignorancia y la mentira, de inventar un dios que no existe y
de contar cuentos sobre la muerte para hacer creer que ellas son
intermediarias entre Dios y los hombres, desde su pequeño dios (con
minúsculas) o que perdonan los pecados del difunto, desde su gran auto
importancia y su fe en la jerarquía.
Creen en su ignorancia o en su buena fe –
que hay quienes la tienen- que las almas de los difuntos se van a
aprovechar de esas salmodias mortecinas del ritual con que los clérigos
despiden los cuerpos o del agua con que rocían el féretro. Todo ello
pagado, claro está. ¿Cuántos sacerdotes creerán en esas fantasías? Una
cosa es segura: al difunto no lo engañan.
Fuente: Isis Alada
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