Haciendo lo que tememos, disolvemos nuestro temor
Cuanto más veloces huimos del miedo, más
grande se hace éste y más fuerte es su hechizo sobre el alma. Para
librarnos de tal poder, conviene mirar de frente su paralizador influjo,
y más tarde discernir si nos está protegiendo de un peligro o simplemente es un virus mental que nos inquieta.
El miedo que paraliza y deprime es el miedo neurótico que impide la acción.
Se trata de un sentimiento que sintoniza con viejas tensiones y heridas
no resueltas. El temor que se disfraza de inseguridad encubre
anticipaciones el dolor y muchas veces hace referencia a duelos
sumergidos cuyo recuerdo nos inunda de ansiedad e induce a conductas
crispadas.
El miedo nace de la memoria del dolor y
brota en racimos de pensamiento conectados al recuerdo. Se trata de
ideas neuro-asociadas que conforman la creencia de que aquello que uno
rechaza, puede volver a suceder. En realidad, si no hay memoria no hay miedo.
Por este motivo, los inocentes se enfrentan con tranquilidad
“irresponsable” a muchas situaciones de alto riesgo. Los inocentes no
proyectan experiencias anteriores y, en consecuencia, no temen la
llegada de la supuesta desgracia.
Allí donde veamos una conducta exagerada, se revela la sombra que oculta viejas heridas y, que nos demanda sin demora, un drenaje emocional del alma.
Allí donde, por ejemplo, veamos la mentira en sus diferentes grados
¡Atención!, no hay maldad o estupidez, hay tan sólo una mente que se
siente amenazada. Conviene mirar al miedo de frente y preguntar, ¿qué temo en realidad?, ¿qué sería lo peor que podría pasar?
Al observar y concretar con precisión lo que uno teme, ya se puede
respirar a fondo lo temido y crear nuevas opciones más deseadas. Al
pronto, sucede que el gran gigante ilusorio que tan sólo puede habitar
en las sombras, se esfuma disuelto a la luz de la consciencia.
La sensación de confianza y seguridad no
sólo brota como consecuencia de la memoria del propio éxito, sino que
también es una cualidad que nuestra inteligencia emocional desarrolla. Confiar es una elección que podemos optar por cultivar y reforzar, mientras se comprueba que tras los problemas aparecen las soluciones y que toda dificultad fortalece y enseña.
La confianza también brota desde la
facultad intuitiva, desde ese insólito Ser que somos y que detrás,
escondido y sabio, se revela y expresa. La confianza es un
estado de conciencia, un plano mental de vida que abre a la Paz y a la
Templanza. Pero, ¿de dónde brota?, ¿acaso es una protección mágica que
opera desde las estrellas? Al tratar de responder, la razón tal
vez dude, pero todos sabemos que no estamos solos. La Historia y el
Misterio así lo avalan. El Universo nos apoya al encarar el miedo
mientras hacemos con inteligencia lo que debemos, aunque se sienta
inseguridad y amenaza.
Cuando uno se vea enfrentado al ridículo, a la ruina o al abandono del ser que ama, conviene que
se detenga unos instantes. Conviene que respire profundamente,
distanciándose del escenario mientras se deja atravesar por la columna
de luz, que penetra por lo más alto de su cabeza. Más tarde, la
sencillez suavizará lo que uno teme y la sobriedad será nuestra aliada.
No hay temor agudo que sobreviva si uno lo respira de forma consciente y
continuada. Sólo hay que detenerse y observar sin eludir ningún aspecto
y sin tapar ninguna de las caras. Desde el Silencio Consciente, de
pronto, la mejor opción brota y la vida, de nuevo, tiene sentido
mientras uno, a sí mismo, se reinventa. Ya todo está en su sitio. Uno
sabe a qué atenerse y vuelve a fluir centrado en el núcleo de la
confianza.
Maria P Ryc
Fuente: Ángeles Amor
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