Ego, Autoimportancia y Narcisismo
Hay que aprender a superar la
autoimportancia si uno quiere poner los medios para que la consciencia
siga evolucionando. Es esencial y necesario. Para ello hay que ir
descubriendo los trucos del ego y tener un entendimiento más correcto de
este gran falsario, que cuando lo buscamos no lo encontramos y cuando
no lo buscamos se nos impone y nos enreda con toda su burocracia, nos
encadena y obsesiona, nos turba de tal modo que perdemos la capacidad
de lucidez y nos ofuscamos gravemente.
Tenemos que indagar en el ego. Tenemos
que ir sabiendo manejarnos con el mismo y conseguir que sea un burócrata
fiel. No es fácil. Es muy ladino y se enmascara con facilidad, estando
incluso detrás de los sentimientos y actos más nobles. Debido a su
comportamiento exacerbado malgastamos nuestras mejores energías, nos
tornamos muy vulnerables y susceptibles, nos involucramos en sus
tendencias compulsivas y vivimos de espaldas a nuestra esencia. El ego
forma la personalidad y la autoimagen, bien diferentes de la esencia o
ser. Al alimentar el ego y afirmar la personalidad desmesuradamente,
estamos sacrificando el cuidado de nuestra propia y prístina identidad.
Es como el actor que tanto se identifica con el papel que interpreta,
que se aliena y deja de ser él mismo. Hemos perdido, debido al exceso de
apuntalamiento del ego, nuestro soberano interior. Tanto nos hemos
volcado en el yo social y la imagen, tanto hemos retroalimentado la
burda máscara de la personalidad, de tal modo persiste la importancia de
sí, que nos hemos desconectado de nuestro yo más profundo. Esa
neurótica tendencia a apuntalar el ego, crea disfunciones psíquicas y
frustra la verdadera compasión y el entendimiento correcto. Sin darnos
cuenta en ese proceso de enajenación, nos estamos haciendo un flaco
favor, puesto que a mayor ego menos dicha interior. A mayor arrogancia, a
mayor voluntad por aparentar y envanecerse, a mayor egocentrismo, menos
equilibrio psíquico, menos seguridad, menos madurez y una relación
menos fecunda con nosotros mismos y con los demás. El ego desmesurado es
muerte. Recuérdese y reflexiónese sobre el mito de Narciso.
El ego exacerbado es competencia brutal y
voluntad de poder, y dónde hay voluntad de poder nunca puede haber amor
y compasión, ni tampoco genuino afecto hacia nosotros ni hacia los
demás. El antiguo adagio reza: “Si quieres ver al diablo cara a cara,
mira tu propio ego”. Muktananda me decía: “Con demasiado ego nadie puede
ser feliz”. Pero como no podemos matar el ego, hay que aprender a
canalizarlo con sabiduría y obtener su lado cooperante y constructivo.
El ego comienza a configurarse debido a
la identificación con el propio cuerpo , con la mente, con el nombre,
las propias ansiedades, expectativas, miedos y afanes. Y mientras
vivamos habrá ego, pero puede ser un ego funcional, como un fiel
secretario del que nos servimos para nuestro vivir cotidiano, o un ego
desmesurado, desorbitado, que nos hace ser extremadamente egocéntricos,
narcisistas e incapaces de ver (y menos, por tanto, atender) las
necesidades ajenas. Es un obstáculo muy grande en la larga marcha de la
autorrealización. Pero hay que ser sabio para saber manejarse con el ego
y no estar a su merced. Es un fantasma negro que todo puede anegarlo.
Origina ofuscación, avidez, odio, celos, envidia, afán de posesividad,
rabia, rencor y altivez. Y cuanto más ego hay, más surge en uno la
demanda excesiva y neurótica de seguridad, y uno se siente más inseguro,
teniendo que servirse de toda suerte de autodefensas que, al final, de
nada nos defienden y lo que hacen es bloquearnos y amurallarnos. El ego
nos hace suspicaces, recelosos, heribles. Tiene una afán compulsivo por
afirmarse y se aterra cuando se siente negado, rechazado o
desconsiderado. Debido al ego uno se cree con derecho a ofenderse por
todo y deja que surjan sus tendencias subyacentes de ira, afán de
venganza y rechazo. El ego excesivo es intolerante, dogmático,
irrespetuoso y proclive a hacer cargos a los demás y culpabilizarlos.
Tenemos que ir entrenándonos para que el ego nos sirva y no servirle
nosotros a él. La individualidad es hermosa, pero si se desmesura y da
riendas sueltas a la autoimportancia y al narcisismo, se torna fea y
grotesca.
En una sociedad básicamente narcisista,
el ego asoma por todas partes. También abundan, sobre todo en el terreno
espiritual y en el a veces muy turbio panorama de la llamada Nueva Era,
personas con un ego-rascacielos que entran en el perverso juego
narcisista del “yo sé y tu no sabes”, cuando en realidad ni siquiera son
capaces de darse cuenta de sus feas y abrumadoras tendencias
egocéntricas. No hay peor orgullo que el espiritual, que puede conducir
al fanatismo, el ciego proselitismo y la idea paranoide de creerse más
que los demás. El ego enfermizo en la mayoría de los políticos o el afán
demoniaco de poder de los banqueros, o el estilo pavoneante de muchos
famosos o famosillos, todavía no nos llama tanto la atención como el ego
desorbitado y esperpéntico que se da en muchos de los llamados gurús,
guías espirituales, representantes de terapias alternativas (porque el
ego de algunos médicos ya es bien conocido y soportado) y supuestos
“conectados” o “iluminados” que se presentan como salvadores de almas o
vivos exponentes espirituales. ¡Cuidado con el narcisismo espiritual!
Todos somos aprendices y todos tenemos que seguir aprendiendo de todos a
lo largo de nuestras vidas.
Mientras escribo estas páginas está a mi
vera mi gato Emile (del que tanto hablo en mi obra “En El Límite” y que
empezó a hacerse famoso en uno de los programas que me hizo Sánchez
Dragó después de mi grave enfermedad cogida en Sri Lanka). Más bien
habría que decir que él no es mío, sino yo de él. Soy su discípulo y
todos los días aprendo algo, con humildad, de su comportamiento. Es
mejor gurú, y más honesto, que la mayoría de ellos, y me enseña a vivir
en el momento, ser bondadoso, estar atento y a la par relajado y, sobre
todo, a no dejarse condicionar por actitudes egocéntricas. Tenemos
mucho, muchísimo, que aprender de los animales. Si estamos lo
suficientemente receptivos, abren el corazón, y se convierten en
verdaderos maestros… y además sin autoimportancia.
En el próximo trabajo seguiremos
incursionando en las arenas movedizas del ego y de la autoimagen y
haremos referencia a métodos y actitudes para conseguir que el mismo ego
que nos detiene en la búsqueda espiritual nos ayude a avanzar, y sobre
todo que podamos ponerle en su justo y equilibrado lugar, sin dejar que
se interponga entre nosotros y nuestra esencia. Desde el ego es
imposible la presencia inspiradora y reveladora de esa esencia, pero
cuando el ego se rinde, se revela lo mejor de uno mismo.
Ramiro Calle
www.ramirocalle.com
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