La Sanación de Recuerdos



La herida de los viejos recuerdos es profunda y la coraza defensiva que la mente subconsciente ha construido en torno a ella es dura. Nuestras propias palabras no son capaces de romperla para que se abra. La mente profunda está habituada a nuestro parloteo. “Oh, eres tú charlando otra vez!”, nos dice
encerrada obstinadamente dentro de su jaula interior.
Por eso tenemos que encontrar una manera de convencer a esta mente. Yo describiré en términos generales la plegaria que diría en forma más personal si estuviera con ustedes. Léanla completa en silencio, y después busquen una ocasión en la que puedan estar solos, sin ser interrumpidos. Entonces, léanla en voz alta. Al escuchar, hagan cuenta de que las palabras fluyen de mis propios labios, y no de los de ustedes. No piensen en mí como en un ser humano sino como en un canal entrenado para la sanación del alma. Sepan que, si se toman el trabajo de leerla en voz alta, de alguna misteriosa manera Dios me usará y cumplirá en ustedes la sanación que anhelan.
Debo recordarles que Cristo está con nosotros, como Él lo prometió, cuando dos o tres se juntaran en Su Nombre. Nosotros dos estamos en este momento juntos en espíritu en el gran Misterio del Reino Espiritual de Dios, aunque no estemos juntos físicamente. Cristo, por lo tanto, está con nosotros en forma tan real como el aire y como el viento que no podemos ver. Así también el aliento de su Santo Espíritu respira sobre nosotros aunque no lo veamos. Sabiendo que Él está aquí, yo hablaré con Él.
“Señor Jesús, te pido que entres en esta persona que tiene necesidad de ser sanada en las profundidades de la mente. Te pido venir, Señor, como un cuidadoso dueño de casa debería venir a una mansión que ha estado largo tiempo cerrada y abandonada. Abre todas las ventanas y deja entrar el aire fresco de tu Espíritu. Levanta todas las persianas para que la luz del sol de tu amor pueda llenar esta casa del alma.
Donde está la luz del sol no puede haber oscuridad. Por esto me regocijo de que, como la luz de tu amor ahora llena la mansión del alma, toda oscuridad se disipará. Además, en tu nombre yo hablo a esta oscuridad, gentilmente, diciéndole que ella no puede habitar aquí en esta persona a la que Tú has redimido sobre tu Cruz. Mira y ve, oh Señor, si es que quedan algunos feos cuadros sobre las murallas: cuadros de viejas, dolorosas y horripilantes heridas del pasado. Si así fuera, descuélgalos y da a esta casa de la memoria, cuadros de belleza y de alegría. Así, echando fuera toda la fealdad del pasado, haz belleza, Señor, porque está en tu naturaleza el crearla. Transforma las antiguas penas en el poder para consolar a otros
que estén afligidos. Sana las viejas heridas con tu amor redentor y transfórmalas en un amor que sane las heridas de los otros.
Penetra, Señor, a través de todas las habitaciones de esta casa de la memoria. Abre cada puerta cerrada
y mira dentro de cada armario y de cada cajón y ve si queda allí algún objeto sucio y quebrado que ya no es necesario en la vida presente. Si es así, oh Señor, échalo fuera definitivamente. Te doy gracias porque esta es la promesa de las Escrituras: “Tan lejos como el Este está del Oeste, así tan lejos Él ha removido nuestras transgresiones de nosotros” (Salmos, 103, 12). Mira. Señor, cualquier recuerdo que pueda venir desde la mente profunda al meditar estas palabras. y que tu misericordia colme a este, Tu siervo, con el perdón otorgado tanto tiempo atrás sobre el Calvario.
Penetra en la habitación de los niños en esta casa del recuerdo, aún hasta los años de la primera infancia. Aquí también abre las ventanas largo tiempo cerradas y deja entrar el gentil rayo de sol de tu amor. Aquí más que en ninguna parte, Señor, haz que cada cosa sea limpia y hermosa. Toma una escoba de misericordia y barre hacia afuera toda la suciedad que hubiera en el suelo, aun la confusión, el horror y la vergüenza de antiguos recuerdos, tal vez de pecados infantiles, tal vez pecados de los padres, esos padres que deberían haber sido como Dios mismo para el niño y que no lo fueron. Toma un paño limpio, Señor, y sacude todo polvo y quita toda mancha de las paredes y de los muebles. Purifica a este, tu niño, con un hisopo, oh Señor, porque el corazón tiene que ser limpiado. Lávalo para que el alma que fue creada a tu imagen pueda quedar más limpia que la nieve. Mira dentro de los armarios y debajo de los muebles y ve si quedan algunos juguetes rotos y sucios, algunos viejos y manchados harapos de recuerdos que, seguramente, no son necesarios en la vida adulta. Si es así, Señor, tíralos fuera con tu amor redentor para que su peso deje de aplastar el alma.
Sigue a este, tu niño, retrocediendo hasta la hora del nacimiento y sánalo aun de la pena y del temor de nacer en este mundo oscuro. Restaura en el alma aquella brillante remembranza de tu Ser eterno, que no es exactamente un recuerdo, sino un inconsciente anhelo de la radiante eternidad de la cual ha nacido. Y si aun antes del nacimiento el alma fue ensombrecida por los temores o penas de sus padres, entonces yo te ruego que aun esos recuerdos o impresiones puedan ser sanados, de modo que ella sea restaurada según
tu modelo original y quede tan libre y tan limpia como si nada hubiera opacado su brillantez. Así te ruego, Señor, que restablezcas esta alma como Tú la hiciste e incentives y despiertes en ella todos aquellos impulsos e ideas creativas que Tú colocaste en su interior, de modo que cualquiera que haya sido tu propósito para su humano peregrinaje, que ese propósito sea realizado.
Te doy gracias, Señor, sabiendo que esta sanación del alma es tu voluntad y la verdadera causa por la que diste tu vida por nosotros y, por esto, ahora ella ha sido realizada. Por fe, yo coloco el sello sobre ella.
“Él restauró mi alma, Él me dirige por el camino de rectitud en honor a Su Nombre”(Salmos,23:3)
Agnes Sandford
Traducido y extractado por Carmen Bustos de
Agnes Sandford.- The Healing Gifts of the Spirit.- Harper Publishers.- San Francisco, USA

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