La Curación de Ser a Ser


La tesis de Fichte de que la filosofía que uno tiene depende del hombre que uno es, vale también para el terapeuta; que se puede expresar como que la realidad a la que el terapeuta abre al otro depende de la realidad en la que él mismo vive.
Lo que para el terapeuta sea importante, tanto teórica como concretamente, terminará siendo importante para sus pacientes. Sólo se hace realidad lo que realmente uno toma en serio. Cuanto más entre el compañero en la esfera de la propia influencia, más realidad tomará aquello que para el terapeuta es importante; es como el amante que todo lo ordena en torno a él, o como un remolino que lo atrae todo a sí.


Por reservado y silencioso que sea el terapeuta, su concepción fundamental de la realidad espiritual se transfiere, lo quiera o no, al paciente, convirtiéndose en su principio de orden. Si el terapeuta concibe la vida psíquica principalmente como determinada por el pequeño yo, todo se ordenará en torno a éste: sus complejos de inferioridad y sus compensaciones, su política de prestigio y su auto-justificación, sus compromisos, etc. Si son los instintos los que figuran en primer plano como medios de conocimiento y factores de mecanismo psíquicos, todo aparecerá como represiones y liberación, virtudes aparentes y desenmascaradas, sublimación y regresión, y aparecerá inevitablemente el complejo de Edipo. Para quien la vida del alma se desenvuelva bajo el signo de imágenes, éstas se harán más presentes si se toma consciencia de lo inconsciente: los arquetipos que broten de lo inconsciente se examinarán tomándolos como claves de interpretación y consiguientemente, a través de unos sueños irán apareciendo otros.
La psicología está aún en los comienzos de su desarrollo. Algunas escuelas que hoy dominan en el campo del análisis se renuevan, sustituyendo sus doctrinas por otras. Esta evolución corresponde, de una parte, al progreso de los conocimientos teóricos, y de otra a la orientación que va tomando el hombre de hoy, a medida que despierta a una nueva consciencia esencial.
El movimiento en el que entra el inconsciente del paciente, sólo por encima estará determinado por los principios teóricos que ordenan la realidad psíquica del terapeuta. Por el contrario, en su profundidad sustancial, este movimiento está condicionado por la fuerza y la irradiación que emana del terapeuta, ya que son la manifestación de su posición esencial. Esta dimensión es la que ejerce mayor influencia, presión o seducción y la que llega a lo más profundo del paciente, abriéndole o cerrándole, llevándole a la verdadera curación o manteniéndole estancado en su estado de desolación. Muy raramente son factores de curación la teoría o el método analítico. En general, y más allá de toda psicología, no son más que un canal de la influencia que un ser ejerce sobre otro ser.


Desde siempre el terapeuta se ocupa de la resistencia que, antes o después, aparecerá en el paciente, de su rebeldía contra la influencia que sobre él ejerce. Hay una resistencia justificable, la otra no. Una falsa resistencia protege lo que bloquea el camino de la evolución del ser hacia el auténtico Sí-mismo, o lo que es igual, la integración de lo que corresponde al ser y a la individuación. Obrando así, el pequeño yo no es solamente un caparazón bajo el que el hombre se desenvuelve, se afirma y se asegura en un mundo maligno, sino que es también una barrera que impide el pleno desarrollo del Ser. La resistencia justificable es la que protege el núcleo interior, blanco de interpretaciones ajenas o despreciativas, o de influencias amenazantes.
Actualmente las bases teóricas de los métodos terapéuticos dependen todavía de una perspectiva casi exclusivamente psicológica; los terapeutas por creerse completamente esclarecidos por su propio análisis – no acaban de ver el fundamento metafísico y esencial de la existencia. Y hay en ello un gran peligro: lo único que cuenta es la fachada psíquica, la biografía de los individuos. Que predomine una psicología así no favorece el desarrollo del Ser. Se olvida demasiado fácilmente que el yo y sus productos, como por ejemplo el retenerse con respecto a las pulsiones vitales, no son sólo la muralla tras la que se atrinchera algo que se opone al ser y que debería ser vencido, sino también el armazón que protege el centro sagrado contra el mundo hostil y contra sus tentaciones. No se descarta el peligro de una des-compresión por parte del terapeuta, aunque este núcleo esencial esté dentro de su concepto del Sí-mismo integración del núcleo esencial con el personaje existencial – Lo que importa es distinguir muy claramente el Ser esencial metafísico y no condicionado en su dignidad propia y absoluta, de todo lo que, en el Sí mismo, tanto individual como colectivo, es constitucional, biográfico o hereditario, y por lo tanto relativo y condicionado. La resistencia del paciente es legítima si interviene en cuanto que el centro sagrado de su ser irreductible y absoluto sea enfocado y encuadrado en categorías pertenecientes exclusivamente a la esfera psíquica analizable, por lo tanto externa.



Es indudable que muchos de los valores morales y de las representaciones religiosas son creaciones arbitrarias y fijaciones malsanas del yo, y que al igual que todas las fachadas están destinadas al replanteamiento para, finalmente, desaparecer. Pero es una cuestión en la que se ha de ser muy prudente, porque frecuentemente tales valores no son sólo representaciones imaginarias de lo sagrado, sino que corresponden realmente a nuestro auténtico ser. La bella fachada con la que a veces se presenta un hombre, comparada con lo que él es, puede también, en ocasiones, ser reflejo de un aspecto verdadero de su ser profundo, de tal suerte que el porte al que se siente llamado corresponde también a la promesa contenida en su ser, es decir, a una ambición que, en sí misma, está fundada en su ser profundo y que anticipa su crecimiento interior. Por falsa que sea muchas veces la fachada, es una proyección legítima del ser. El muchacho que se porta como si fuera adulto no es, de hecho, lo que él aparenta y cree que es. Y sin embargo, ese juego no es una simple mentira, sino el reflejo de su verdad viril por venir y el modelo de lo que le es dado realizar. Es el preludio de la realización de su ser. El hombre anglosajón con su keep-smiling y su calma flemática es, en general, bien diferente de aquel por el que se quiere hacer pasar. Y no obstante, su apostura prefigura la imagen del hombre que, en él, está en vías de realización. Si a lo largo de la vida uno se ejercita en pasar por hombre justo, se irá contribuyendo a eliminar progresivamente todo cuanto sea contrario a este ideal y a crear el molde que, un día, acogerá al hombre auténtico. El gesto repetido termina por hacer realidad lo que expresa.
La tendencia, a menudo dominante, de orientar el espíritu a desenmascarar la bella fachada y a liberar los impulsos de todas sus cadenas, no ve más allá de la simple verdad de los hechos. Como ocurre, por ejemplo, en el caso de una agresividad, si se pasa por alto la verdad del ser que se oculta tras esa agresividad. Se destruye con demasiada facilidad un recipiente, ignorando cuál es su contenido. Muchas veces hay más verdad y una medida humana más justa en una forma tradicional que frena los instintos primitivos, que en el pretendido realismo que desencadena incondicionalmente el yo natural. Ciertamente que el terapeuta debe ayudar a disolver aquella deformación psíquica que se presente como identificación con una imagen todavía no integrada, impidiendo que el ser se manifieste. Pero ha de analizar esa identificación a fin de discernir si es o no una prefiguración del ser profundo, en cuyo caso no debe suprimirse antes de que el estado legítimo tenga la oportunidad de aparecer.
En la medida que el terapeuta acepte la teoría según la cual el ser profundo del hombre es de otro origen que el psiquismo condicionado, preformado a lo largo del pasado colectivo y definido individualmente por la constitución y la biografía; en la medida en que se dé cuenta de la influencia que su propio ser ejerce sobre el de su paciente, se verá muchas veces impelido a salir de su reserva y a transgredir ciertas reglas nacidas de la concepción original del análisis pero que no tienen sino un valor limitado – comprometiéndose resueltamente en el oficio de guía del alma.
En cuanto se admite el papel que en la situación terapéutica juega una auténtica guía espiritual, o sea, de ser a ser, no se hace sino elevar a nivel de la consciencia lo que ocurre en el inconsciente. Lo queramos o no hay una influencia directa de nuestro ser sobre el paciente. Cuanto más consciente es el terapeuta de que el hombre llegará a su verdadero sí mismo exclusivamente desde lo profundo de su ser y que el ser del que acompaña está en todo caso sometido a su propio irradiar, más se centrará en el ser de su paciente, esforzándose, sobre todo en la situación terapéutica, por estar totalmente presente a su propio ser. Ello sólo será posible en la medida en que el terapeuta esté, él mismo, sólidamente anclado en su ser y, con un profundo respeto hacia sí, se sienta comprometido con todas sus exigencias.
El ser del hombre por lo tanto de todos los hombres – es el modo por el que él participa en el Ser universal que, a su vez, representa la Gran Vida en la pequeña vida, o sea, el ser incorporado en el sí-mismo y tendiendo a una manifestación existencial en el Sí-mismo verdadero. Si el terapeuta, a través del orden y los desórdenes de la existencia en su paciente, llega a alcanzar y tocar su ser, tendrá todas las posibilidades de liberar el coraje hacia el Ser enraizado en la sustancia del Sí mismo, dejando libre en el propio paciente su fuerza salvadora. Ello no se da en un proceso psíquico analizable, sino en una apertura meta-psíquica que ordena de nuevo la realidad existencial según la verdad del Ser esencial. Esta conversión puede presentarse a modo de rayo. El análisis, que en sí debe contentarse con esclarecer la situación con respecto al psiquismo condicionado, se completará así con la catálisis que despierta la consciencia del Ser esencial.


Hace ya bastante tiempo que la pedagogía ha descartado la visión de que, con respecto al niño, la disciplina y la sumisión debían sustituirse por una obediencia total a su espontaneidad. Por lo mismo, ha llegado ya el momento en que el análisis, que limita la actividad del terapeuta a esperar que todo venga de parte del paciente, deba completarse con una actitud más activa, por el coraje de guiar. Legitimar una conducta así está apoyada en el hecho de que el punto de mira de la terapia no es el yo analizable, con sus impulsos, etc., sino el ser, y que en el terapeuta el elemento decisivo no es su saber teórico sino una presencia y una apostura basada en el ser.
El ser del hombre no se despierta de sí mismo sino paso a paso, por respuestas a preguntas. Al igual que el niño se va haciendo un ser que habla, y de ahí un hombre, porque su madre desde la cuna se ha dirigido a él como a un ser capaz de responder, así el ser del hombre su poderío integrante y personalizante – no se manifestará sino por medio de una incansable y confiante llamada.
Que el Ser se haga presente es una gracia, eso es incontestable. No se puede provocar. Pero sí se puede preparar el terreno. Ese despuntar es imposible cuando el paciente y aquél que le ayuda – son ambos prisioneros de representaciones e ideas, rehusando tomar en serio la realidad fundamental. El método analítico permite apartar las barreras psíquicas que cierran el paso a la fuerza meta-psíquica esencial. Muy raramente la acción del ser se pone sola en movimiento; en general se produce merced al contacto secreto, paciente y amante del terapeuta. Es necesario el trabajo analítico para disolver los estorbos; durante ese período, gracias al empuje del Ser, se va desarrollando gradualmente la madurez. Si el camino está bien preparado, al ser no le queda sino franquear la puerta ya abierta, si bien la chispa, en general, no prenderá sino cuando le llegue el rayo de luz del terapeuta. Si uno mira en torno a sí, se puede apreciar hasta qué punto irradia y actúa la luz fertilizante que emana de aquellos creyentes enraizados en su ser y movilizados por el amor supra-individual. La relación del maestro oriental con sus discípulos es un ejemplo de las posibilidades de guía y de curación cuando se vive de ser a ser.
El maestro oriental no se interesa por los sufrimientos psíquicos, ni por la biografía del hombre que pone su confianza en él. Por la luminosidad de su mirada, por la tonalidad de su voz, por su expresión exterior, adivina la situación y el nivel alcanzado en el caminar hacia la madurez. Su atención va a su ser y todos los medios son buenos para hacer que despierte y resuene. El medio decisivo está en el discípulo. Como todo hombre, el maestro también existe en su yo condicionado por su constitución y biografía, si bien la raíz de su vida es su ser supra-temporal. Por la unión de su ser con el de su discípulo le viene la riqueza de sus ideas, siempre originales, de donde emana la fuerza del amor supra-individual cuya irradiación y rigor terminarán por despertar el ser del otro. En ese instante, y en una fracción de segundo, se viene abajo, como un castillo de naipes, todo el mecanismo neurótico perturbado, acomplejado, anudado. El hombre se libera en su propia raíz, quedando disponible para una auténtica metamorfosis.
La transformación no se produce siempre como catálisis fulminante. La mayor parte de las veces es una madurez muy trabajada, o el resultado de la fiel irradiación de luz que emana del Maestro. La chispa del discípulo empezará a dar luz, que irá prendiendo hasta llegar al estadio de Iluminación.
Es necesario ser maestro para poder ponerse al servicio de las fuerzas del Ser? Si fuera así, tendríamos todos que resignarnos. Pero no. Basta con haber vivido por una vez la experiencia del Ser, con haber reconocido un momento privilegiado y haberlo tomado en serio, en sí mismo y en el otro, en su significado trascendente. Pero sí es necesario haber aprendido a distinguir la parte humana del psiquismo, determinado y relativo, del núcleo meta-psíquico absoluto. Es también necesario haberse hecho un creyente en cuanto a lo que el hombre, en su naturaleza humana, lleva de sobrenatural. En todo tiempo y lugar, este saber y esta fe fundada en la experiencia, han sido fuente de sabiduría y de auténtico amor. Lo que emana del maestro disolverá los nudos de toda transferencia psíquica encallada. En la medida en que por parte del terapeuta se llegue a una contra-transferencia que provenga del Ser, el compañero quedará abierto a recibir la Realidad de su Ser esencial, que le hará capaz de vivir su pequeña vida al servicio de la Grande.
Karlfried Graf Dürckheim
Extractado por Leonardo Varela de
Dürkheim, K. G.- El Despuntar del Ser.-Ed. Mensajero.- España

Comentarios

Entradas populares