La importancia de respetar el pensamiento de otros

A lo largo del aparentemente largo periodo de nuestra vida solemos tomar muchas decisiones, no sólo en lo que respecta a lo más íntimo y personal sino también en cuanto a las diferentes y variadas relaciones que mantenemos con los múltiples compañeros y compañeras de este hermoso viaje que denominamos existencia.
Pero la mayoría de estas decisiones están basadas en nuestras propias formas de pensamiento, y ellas a su vez derivan de las múltiples “referencias” que en realidad sólo nos sirven a nosotros y, que por desgracia, en muchos de los casos están ya caducas.
Pocas son las veces en que nuestra actuación tiene en cuenta y valora la opinión ajena, ya que solemos considerar que todo el que no actúa u opina como nosotros debe de estar equivocado.
Si una persona de otra raza o posición, por ejemplo, nos lastima o realiza una acción que no nos agrada, queda reflejada automáticamente su actuación en nuestra mente así como la certidumbre de que “todas” las personas de esa raza o posición social realizan las mismas acciones, y en consecuencia sentimos un rechazo innato hacia una determinada raza o forma de actuación que no comprendemos.
Pero, ¿en algún momento de nuestra vida repasamos nuestros conceptos con el fin de eliminar los caducos y poner al día nuestras referencias?.
¿Solemos actuar y decidir según nuestro estado de conciencia interior, o bien nos movemos única y exclusivamente basando nuestras decisiones en un dudoso juicio personal sin valorar en ningún momento el motivo, pensamiento o base de la actuación de las otras personas?
¿Acostumbramos, antes de dictar una sentencia o de hacer valer nuestra opinión, pensar en el punto de vista de los demás?
¿Creemos que todos deben pensar como nosotros, y que aquellos que no lo hacen, se están comportando incorrectamente?
Qué difícil por no decir imposible es que entre dos seres humanos reine la armonía. Sin embargo, esto puede llegar a ser un hecho si se fomenta la comprensión y el respeto por la opinión ajena.
Basado en el motivo de la valoración del pensamiento ajeno, permitiendo que si es justo prevalezca sobre el nuestro, recordamos una vieja historia que nos narra la importancia que tiene el dejar a un lado nuestra propia personalidad olvidando lo que haríamos nosotros pensar por un momento pensar por un momento en lo que haría nuestro interlocutor.
Esta es pues la historia del caballo perdido…
Sucedió en tiempos lejanos, en el viejo Oeste.
Había un viejo aunque no caduco ranchero que se dedicaba a la cría y doma de caballos, y un día, el más hermoso de ellos, un joven y brioso caballo blanco, ansioso seguramente de recobrar su antigua libertad, perdida al poco de nacer, saltó limpiamente la valla que lo circundaba y emprendiendo un veloz trote abandonó su prisión en busca de lo desconocido.
Al enterarse el ganadero, mandó a sus trabajadores en busca del animal, aunque desgraciadamente para él, sin éxito alguno.
Comprendiendo que cuanto más tiempo pasara más difícil sería encontrar al hermoso animal, decidió ir al pueblo y ofrecer una recompensa de 50 dólares a quién pudiese devolvérselo.
Esta cantidad animó a muchas de las gentes que vagaban sin hacer otra cosa que permitir que las moscas se posarán sobre ellos, pero todo fue inútil, ni en los valles cercanos al pueblo, ni en el río, ni tan siquiera en lo alto de la montaña se le encontró.
Nadie pudo encontrar el caballo por mucho que se le buscó.
Poco a poco, el cansancio hizo mella entre los buscadores y hacia la puesta del sol todos habían regresado al pueblo.
El ranchero viendo que el desinterés reinaba entre sus ayudantes, elevó la recompensa a 100 dólares. Este hecho fue sin duda un nuevo incentivo vivificador y, nuevamente al amanecer volvieron a salir los mismos vaqueros y algunos más, en busca del hermoso caballo blanco. Pero también fue inútil. Ni en los valles, ni en las montañas de los alrededores, ni tan siquiera en las más distantes fueron capaces de encontrarlo.
Nuevamente reinó el desánimo, hasta tal punto que el ranchero volvió a elevar la recompensa, colocándola en 200 dólares, pero aún así fue inútil. Nueva búsqueda y nuevo fracaso.
Y he aquí, que un joven muchacho fue a ver al ranchero y le comentó:
-Si me ofrece 500 dólares, yo le traeré su caballo.
El ranchero casi se puso a reír. Como iba a encontrar su caballo un muchacho, cuando gente acostumbrada a montarlos y a convivir con ellos todos los días no habían sido capaces de hallarlo. Pero como no tenía nada que perder y no era necesario entregar su dinero anticipadamente, aceptó.
Y así fue como el joven salió abandonó el pueblo en busca del animal, antes de que el sol asomara por el horizonte.
No llevaba perros ni guía que le indicase el camino de su búsqueda, pero en cambio iba despojado de prejuicios, habiendo eliminado de su mente toda referencia existente sobre hechos similares.
Y cual sería la sorpresa de todos, cuando al anochecer apareció el muchacho con el hermoso animal sujeto de las bridas.
Todos quisieron ver al joven y escuchar de sus propios labios los detalles de la búsqueda. Y el mismo ranchero, tras pagar la recompensa ofrecida deseó conocer la hazaña. Y por ello le dijo al muchacho que le contase su secreto, pues sin duda existía un secreto que le permitía encontrar los animales perdidos.
Tal vez era conocedor de algún embrujo indio que le permitía ver en la distancia.
O quizá tenía algún poder que le distinguía de los demás humanos y que le capacitaba para ese fin.
Nada de eso, respondió el muchacho. En realidad debo decir que ha sido bastante fácil.
No he ido por ahí a “buscar su caballo”, lo único que he hecho ha sido el preguntarme: ¿Dónde iría yo si fuese un caballo que busca la libertad?
* * *
Repase pues sus referencias, póngalas al día. Renueve su mente y libérela de toda información inútil que no se acople a la realidad del mundo en que vivimos. Y recuerde: Todo lo material es pasajero. El coche que tantos sacrificios le ha costado. Sus hermosos pantalones vaqueros de última moda. Todo ello será muy pronto sólo un recuerdo, algo viejo y desechable.
Sus antiguas referencias tuvieron su valor en el pasado, pero estamos entrando en un mundo nuevo y lleno de posibilidades, “Póngalas al día”.
J.A. Marcos Fonfría.

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