El Miedo.
TOMADO DE maestroviejo
A Elena, la más bonita de las elfitas.
El miedo nos condiciona
desde que tenemos uso de razón, simplemente porque nos enseñan a
tenerlo:”no hagas esto, te harás daño, cuidado, pórtate bien…” Una serie
de consejos y amenazasveladas que vamos almacenando
en nuestro ceredro y que jamás borraremos de la memoria. Nuestros
padres, educadores, nuestro entorno en general nos inducen a tener
miedo, es la gran lacra del mundo en que vivimos y hemos vivido
anteriormente. Cuando llegamos a la edad adulta nuestros miedos se
acentúan, por la obligación de tomar nuestras propias decisiones e
intentamos seguir las reglas que nos enseñaron
siguiendo inconscientemente el patrón de lo aprendido. No es una crítica
hacia nuestro educadores, no sabían actuar de otra forma ya que ellos
también pasaron por los errores de sus antepasados: la historia siempre
se repite.
Claro que las personas que nos aman
desean lo mejor para nosotros pero estas buenas intenciones van por el
camino equivocado al inculcarnos unas pautas caducas. Está claro que los
adultos han de velar por el futuro de los pequeños pero no a través del
temor malsano que enlodará su vida hasta el final. No se ayuda a nadie
con preceptos basados en una moralidad hipócrita sacada de mitos y la
hipotética existencia de un Dios vengativo. ¿Que niño no ha soñado con
el dichoso infierno, rodeado de demonios y fuegos ardiendo? En su tierna
consciencia el niño no puede de dejar de pensar: “si me porto mal iré
al infierno” Hasta que pasados muchos años se da cuenta de que el
infierno es la vida donde nos toca aprender. Pero ¿cuántos aprenden de
verdad?
La muerte, sobretodo en nuestra religión
judeo- cristiana, es un tema muy espinoso y aunque
parezca inverosimil más de un creyente se representa un dios con barba
blanca con una balanza en la mano sopesando lo bueno y lo malo esperando
en el cielo, leen la Biblía sin saber interpretarla entre lineas, el
resultado es una muerte con miedo, angustiosa y traumática cuando el
cambiar simplemente es un hecho real y hasta placentero. En resumen:
vivimos nuestra vida equivocados y sobretodo convivimos con la muerte
sin darnos cuenta que estamos estrechamente ligados a la eternidad del
universo. Vemos a diario como nace y muere el día, como se marchitan las
plantas, como se marchan nuestros seres amados, sin pensar que todo es
la rueda de la vida, es el imparable RE-comienzo.
Cuando estamos sometidos a una prueba, una de las muchas que tenemos que
sortear durante los años, tendemos siempre a dramatizar con conjeturas y
pensamientos que no hacen más que trastonar la poca lúcidez que nos
queda, estamos terriblemente asustados y sin darnos cuenta multiplicamos
nuestro desequilibrio psíquico:
Una enfermedad, el dolor físico,
encontrarnos sin recursos para una vida digna, las separaciones
inevitables, nuestro futuro, y por fin la muerte; todo se traduce con
una sola reacción: el miedo acompañado por la angustia vital y
depresiones. Llegamos incluso a veces a somatizar en nuestra salud
física y mental éste trance. Cuando se termina de una forma u otra, nos
damos cuenta que no era tan terrible, que siempre encontramos algo o
alguien que nos ayuda y que nuestras vivencias amargas no son tan
dramáticas y que el desenlace es mucho más liviano de lo que habíamos
imaginado.
Nos falta tanto por aprender… “Ayúdate y
el cielo te ayudará” Si no luchamos para salir adelante quedaremos
siempre presos pero si le plantamos cara a los problemas, buscando
ayuda interna y externa saldremos victoriosos del embrollo; un día sin
darnos cuenta veremos la salida del tunel donde estuvimos encerrados y
saldremos mucho más fuertes y positivos.
Nuestra vida es un eterno aprendizaje,
hay que entender primero que estamos aquí para crecer, segundo que no
hay nada totalmente bueno ni malo y por último que tenemos que saber que
pasamos por etapas ineludibles que forman parte del juego.
¿Cuántas veces hemos apelado a Dios para
que aparte de nosotros el sufrimiento? Cuando Él no tiene absolutamente
nada que ver, es nuestro destino que rige nuestra vida, pero Dios en su
amor infinito es como el maestro de la escuela de nuestra infancia:
hemos de aprender, cueste lo que cueste, tenemos que cumplir unas reglas
nada más.
Aprendamos a dejar fluir, que lo que nos
viene no es ningún castigo, que forma parte de nuestro destino, puede
que cuanto más sepamos más sufrimos pero forma parte de nuestro yo, que
después de la tormenta viene la calma. Dejémonos abrazar lo mismo que
los niños inocentes, no temamos el devenir de nuestra existencia, somos
una piña donde nadie es más que nadie. Perdonémonos y perdonemos a todo
lo que conocemos aunque nos haya herido. Estamos rodeados de amor, de
este amor universal, fuera rencores, preguntas y reproches, nada de
intentar ser perfectos, estamos aquí para limpiarnos, aprender a través
de nuestros defectos a enmendarnos dejando de lado nuestro ego demasiado
potente. Reconocer nuestros defectos es una terapia hacia el Dios
cósmico e intentar amar sin recelos nos acerca a nuestra perfección que
sólo encontraremos al final de los “viajes”. Y sobretodo apartémonos
del miedo para acercarnos al amor.
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