El autoengaño por Jiddu Krishnamurti
Jiddu Krishnamurti en español: Libro : La Libertad Primera y Última
18. El autoengaño
Desearía discutir o considerar la
cuestión del autoengaño, las ilusiones a que la mente se entrega y se
impone a sí misma y a los demás. Este es un asunto muy serio, sobre todo
en una crisis del género de la que el mundo hoy enfrenta. Mas para
comprender todo este problema del autoengaño, debemos seguirlo no sólo
en el nivel verbal, sino intrínsecamente, fundamental y hondamente. Se
nos satisface demasiado fácilmente con palabras y contrapalabras; somos
sabihondos, y siéndolo, todo lo que podemos hacer es esperar que algo
ocurra. Vemos que la explicación de la guerra no detiene la guerra; hay
innumerables historiadores, teólogos y gente religiosa que explican la
guerra y cómo ella se origina; pero las guerras han de continuar, tal
vez más destructivas que nunca. Aquellos de nosotros que somos realmente
serios debemos ir más allá de la palabra, debemos buscar esta
revolución fundamental dentro de nosotros mismos; ese es el único
remedio que puede producir una duradera y fundamental redención del
género humano.
Análogamente, cuando discutimos esta
clase de autoengaño, creo que deberíamos estar en guardia contra
cualesquiera explicaciones y réplicas superficiales. Deberíamos, si
puedo sugerirlo, no sólo escuchar a un orador, sino prestar atención al
problema tal como lo conocemos en nuestra vida diaria; esto es,
deberíamos observarnos a nosotros mismos en el pensar y en la acción,
observarnos para ver cómo afectamos a los demás y cómo procedemos a
actuar por impulso propio.
¿Cuál es la razón, la base del
autoengaño? ¿Cuántos de nosotros se dan realmente cuenta de que nos
engañamos a nosotros mismos? Antes de que contestar la pregunta “¿qué es
el autoengaño y como surge?”, debemos darnos cuenta de que nos
engañamos a nosotros mismos. ¿No es así? ¿Sabemos que nos engañamos a
nosotros mismos? ¿Qué entendemos por este engaño? Creo que ello es muy
importante; porque, cuanto más nos engañamos a nosotros mismos, mayor es
la fuerza del engaño que nos brinda cierta vitalidad, cierta energía,
cierta capacidad, lo cual hace que impongamos nuestro engaño a los
demás. Gradualmente, pues, no sólo imponemos el engaño a nosotros mismos
sino a otras personas. Es un proceso recíproco de autoengaño, ¿Nos
damos cuenta de este proceso porque nos creemos muy capaces de pensar
claramente, con un propósito directamente? ¿Nos damos cuenta de que en
este proceso de pensar hay autoengaño?
¿No es el pensamiento en sí un proceso
de busca, una búsqueda de justificación, de seguridad, de
autoprotección, un deseo de que se piense bien de uno, un deseo de tener
posición, prestigio y poder? ¿No es este deseo de ser, en lo político o
en lo religioso y social, la causa misma del autoengaño? En el momento
en que deseo otra cosa que las necesidades puramente materiales, ¿no
produzco, no provoco un estado en el que fácilmente se acepta? Tomemos
como ejemplo esto: quiero saber qué ocurre después de la muerte, cosa en
la que muchos de nosotros estamos interesados, y cuanto más viejos
somos, más interesados estamos. Queremos saber la verdad al respecto.
¿Cómo la encontraremos? Por cierto que no mediante la lectura ni las
diferentes explicaciones.
¿Cómo, entonces, descubriréis? Primero
debéis purgar vuestra mente, en forma completa, de todo factor que se
interponga, de toda esperanza, de todo deseo de continuar, de todo deseo
de descubrir qué hay del otro lado. Como la mente busca en todo
instante seguridad, tiene el deseo de continuar y espera que haya un
medio de realización, una existencia futura. Una mente así, aunque
busque la verdad sobre la vida después de la muerte, sobre la
reencarnación o lo que sea, es incapaz de descubrir esa verdad. ¿No es
cierto? Lo importante no es que la reencarnación sea o no verdad, sino
como la mente busca justificación mediante el autoengaño, de un hecho
que puede o no ser. Lo importante, pues, es el enfoque del problema,
saber con qué móviles, con qué impulso, con qué deseo lo abordáis.
El buscador se impone siempre a sí mismo
este engaño. Nadie se lo puede imponer; él mismo lo hace. Creamos el
engaño y luego nos convertimos en sus esclavos. De suerte que el factor
fundamental del autoengaño es este constante deseo de ser algo en este
mundo y en el otro. Conocemos el resultado de querer ser algo en este
mundo: total confusión, en la que cada cual compite con el otro, en el
que cada cual destruye al otro en nombre de la paz. Ya conocéis todo el
juego de unos con otros, que es una forma extraordinaria de autoengaño.
Similarmente, deseamos en el otro mundo seguridad, una posición.
Empezamos, pues, a engañarnos a nosotros
mismos en el momento en que surge este impulso de ser, de llegar a ser
algo, o de lograr. Es muy difícil para la mente librarse de eso. Ese es
uno de los problemas básicos de nuestra vida. ¿Es posible vivir en el
mundo y no ser nada? Porque sólo entonces se está libre de todo engaño,
porque sólo entonces la mente no busca un resultado, ni una respuesta
satisfactoria, ni forma alguna de justificación, ni seguridad en ninguna
forma ni en ninguna relación. Eso ocurre tan sólo cuando la mente
comprende las posibilidades y sutilezas del engaño, y por lo tanto, con
comprensión, la mente abandona toda forma de justificación, de
seguridad, lo cual significa que la mente es entonces capaz de ser
completamente “nada”. ¿Es ello posible?
Mientras nos engañamos a nosotros mismos
en cualquier forma, no puede haber amor. Mientras la mente sea capaz de
crear e imponerse a sí misma una ilusión, es evidente que se aparta de
la comprensión colectiva o integrada. Esa es una de nuestras
dificultades. No sabemos cómo cooperar; todo lo que sabemos es que
tratamos de trabajar juntos hacia un fin que ambos establecemos. Sólo
puede haber cooperación cuando vosotros y yo no tenemos un objetivo
común creado por el pensamiento. Lo importante de comprender es que la
cooperación sólo es posible cuando nada deseamos ser, vosotros ni yo.
Cuando vosotros y yo deseamos ser algo, tórnase necesaria la creencia y
todo lo demás. Así como una utopía autoproyectada. Mas si vosotros y yo
creamos anónimamente sin engañarnos a nosotros mismos, sin barreras de
creencias y conocimiento, sin deseo de estar en seguridad, entonces hay
verdadera cooperación.
¿Será posible que nosotros cooperemos,
que estemos juntos sin un fin, sin un propósito, que ni vosotros ni yo
buscamos? ¿Podemos vosotros y yo trabajar juntos sin buscar un
resultado? Eso, por cierto, es verdadera cooperación. ¿No es así? Si
vosotros y yo pensamos acabadamente en un resultado, lo planeamos, lo
ponemos en ejecución, y juntos trabajamos para lograr ese resultado,
¿cuál es entonces el proceso que ello involucra? Nuestras mentes
coinciden, nuestros pensamientos, nuestros intelectos, por supuesto, se
entienden; pero emocionalmente, tal vez, todo el ser se resiste a ello,
lo cual produce engaño, y éste trae conflicto entre vosotros y yo. Se
trata de un hecho evidente, observable en nuestra vida diaria. Vosotros y
yo acordamos intelectualmente hacer determinado trabajo; pero
inconscientemente, en lo profundo, estamos en lucha unos contra otros.
Yo deseo un resultado a mi satisfacción, deseo dominar, quiero que mi
nombre esté antes del vuestro, si bien se dice que colaboro con
vosotros. De suerte que vosotros y yo, que somos los autores de ese
plan, en realidad nos oponemos unos a otros, aun cuando exteriormente
vosotros y yo estemos de acuerdo acerca del plan.
¿No es importante, pues, averiguar si
vosotros y yo podemos cooperar, estar en comunión, vivir juntos en un
mundo en que vosotros y yo somos como la nada; si nosotros somos real y
verdaderamente capaces de colaborar, no en el nivel superficial sino
fundamentalmente? Ese es uno de nuestros problemas, quizá el mayor. Yo
me identifico con un objeto o propósito, y vosotros os identificáis con
el mismo objeto; por ambas partes estamos interesados en él y tenemos la
intención de realizarlo. Este proceso de pensar es ciertamente muy
superficial, porque mediante la identificación producimos separación,
cosa evidente en nuestra vida diaria. Vosotros sois hindúes y yo
católico; por ambas partes predicamos la fraternidad y nos vamos a las
manos. ¿Por qué? Ese es uno de nuestros problemas, ¿verdad?
Inconscientemente y en lo profundo, vosotros tenéis vuestras creencias y
yo las mías. Con hablar de fraternidad no hemos resuelto para nada el
problema de la creencia, pero teórica e intelectualmente, nada más,
hemos acordado que debe resolverse; en lo íntimo y en lo profundo
estamos unos contra otros.
Hasta que disolvamos esas barreras que
son un autoengaño, que nos brindan cierta vitalidad, no puede haber
cooperación entre vosotros y yo. Identificándonos con un grupo, con una
idea en particular, con determinado país, jamás podremos establecer
cooperación.
La creencia no trae cooperación; por el
contrario, ella divide. Vemos cómo un partido político está contra otro,
cada cual con su creencia en determinada manera de entender los
problemas económicos, lo que hace que estén todos ellos en guerra unos
con otros. No están dispuestos a resolver el problema del hambre, por
ejemplo. Le interesan las teorías que habrán de resolver ese
problema. No están realmente preocupados con el problema en sí sino con
el método por el cual el problema habrá de ser resuelto. Tiene, pues,
que haber disputas entre ellos, puesto que les interesa la idea y no el
problema. De un modo análogo, las personas religiosas están las unas
contra las otras aunque verbalmente digan que todos tienen una vida, un
Dios; todo eso lo sabéis. Pero en su fuero interno, sus creencias, sus
opiniones, sus experiencias, los destruyen y los mantienen separados.
La experiencia llega a ser un factor de
división en nuestras relaciones humanas; la experiencia es una senda de
engaño. Si he experimentado algo, a ello me apego; no examino el
problema total del proceso de “vivenciar”; pero, como he experimentado,
eso resulta suficiente y a ello me aferro, con lo cual me impongo el
engaño a través de esa experiencia.
Nuestra dificultad es, pues, que cada
uno de nosotros está tan identificado con una creencia en particular,
con determinada forma o método de lograr felicidad, ajuste económico,
que nuestra mente es cautiva de eso y resultamos incapaces de ahondar
más en el problema; por lo tanto deseamos mantenernos individualmente
apartados en nuestras particulares modalidades, creencias y
experiencias. Hasta que las comprendamos y disolvamos, no sólo en el
nivel superficial sino también en el nivel más profundo, no puede haber
paz en el mundo. Por eso es importante que los que son realmente serios
comprendan todo este problema: el deseo de llegar a ser algo, de lograr,
de ganar, no sólo en el nivel superficial sino fundamental y
hondamente. De otro modo no puede haber paz en el mundo.
La Verdad no es algo que haya de ser
logrado. El amor no puede llegar a aquellos que tienen un deseo de
aferrarse a él o que gustan de identificarse con él. Tales cosas, por
cierto, llegan cuando la mente no busca, cuando la mente está del todo
quieta, cuando la mente ya no engendra movimientos y creencias de los
que puede depender, o de los que deriva cierta fuerza, lo cual es
indicio de autoengaño. Sólo cuando la mente comprende todo este proceso
del deseo, puede ella estar en silencio. Sólo entonces la mente no está
activa para ser o para no ser, sólo entonces existe la posibilidad de un
estado en el cual no hay ningún género de engaño.
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