Los Niños y el Futuro de la Humanidad
Si hay algo en la vida que nos puede
hacer revivir tiempos pasados, haciéndonos recordar esos momentos de
inocencia y de pureza, es la de un niño. Contemplar sus reacciones
vitales, su mirada limpia, su sonrisa espontánea y esa curiosidad innata
que trata de descubrir lo misterioso y desconocido que hay en todo lo
que le rodea, es algo que merece la pena experimentar. Para el niño todo
es nuevo, las sensaciones que recibe y le transmiten quienes le rodean,
las experiencias que va acumulando en su interior como resultado de la
interacción con este mundo tan desconocido para él, van a ir
introduciéndole poco a poco en la realidad de la vida, preparándole para
los avatares con los que en el futuro va a tener que enfrentarse.
Los niños son como ventanas abiertas a lo
desconocido, a lo virginal, a lo más sutil y espiritual, son todo un
mundo de sensaciones y de vivencias inexplicables que nosotros como
padres o tutores y responsables de ellos, hemos de ir averiguando a
través de la atenta observación, para poder así ayudarles en su
desenvolvimiento integral.
Un hijo, es una responsabilidad y una
bendición que lo Alto proporciona a cualquier familia que pretende con
Amor ofrecer su hogar para que un Alma pueda seguir progresando y
evolucionando, siguiendo casi con toda seguridad, el entramado kármico
establecido en épocas pasadas, probablemente en otras existencias, donde
previamente y aún sin recordarlo en la actualidad, adquirieron con
nosotros ciertos compromisos de continuidad familiar, para poder así
saldar antiguos débitos de lecciones de convivencia que no se saldaron
satisfactoriamente y que han de volver a repetirse en igual o parecidas
circunstancias, para de esta forma, poder liberarse de condicionantes
que muy probablemente interfieren el futuro evolutivo de todos o de
algunos de los componentes del grupo familiar.
El calor fraternal y el afecto amoroso
que transmitimos a un niño cuando lo estrechamos con nuestros brazos, es
de un valor pocas veces comprendido. Estrechar y rodear con nuestras
brazos a nuestros hijos, uniendo físicamente ambos corazones, es una
práctica de transmisión de energías de muy alto valor espiritual que
deberíamos efectuar con más frecuencia, ya que de esta forma les
proporcionamos y transmitimos a través de esta unión física-afectiva los
más nobles sentimientos, las más sutiles y enaltecidas vibraciones
espirituales, generando en las incipientes auras infantiles, reflejos de
multicolores tonos cromáticos de intensa belleza. Sucede lo mismo
cuando dos personas se abrazan con la intención de transmitirse la una a
la otra, a través de sus respectivos corazones, amor y nobles
sentimientos.
En el caso de la madre, por su proximidad
física y su amorosa condición afectiva, el abrazo que con frecuencia da
a su hijo y la transmisión que a su vez le proporciona de ternura y
cariño, le va alimentando internamente con valores emocionales y
sensitivos de una alta gama vibratoria que le servirá y ayudará en el
futuro para ser más consciente de los sentimientos y de las necesidades
de aquellos con los que va a tener algún tipo de relación, ya sea dentro
del ámbito familiar como fuera de él.
Los niños nos están proporcionando
constantemente lecciones magistrales de convivencia y de correctas
relaciones, haciendo que el núcleo familiar sea más compacto y cohesivo,
en donde las experiencias compartidas por todos sus miembros, les va a
ir entrenando y madurando en los aspectos éticos, morales y sicológicos.
Creo muy sinceramente, que la auténtica
escuela de la vida se encuentra dentro del entorno familiar, donde tanto
los hijos como los padres, al intercambiar permanentemente
pensamientos, emociones y sentimientos elevados, crean un aura común de
energética y alta trascendencia, que rodea y protege al grupo familiar
de vibraciones e interferencias negativas con las que con toda
probabilidad tendrán que enfrentarse en el transcurso de sus vidas. Si
en cada existencia traemos todos, tanto buenas como malas experiencias,
positivas y negativas tendencias en forma de virtudes y defectos
acumulados en vidas anteriores, la misión de los padres es despertar y
fomentar en la conciencia del niño sólo las buenas inclinaciones, los
buenos hábitos y las virtudes espirituales que adornan el Alma del niño
recién llegado, para que la familia se convierta así en el lugar de paz y
de armonía, donde reunidos todos, padres e hijos, puedan ayudarse
mutuamente en el camino hacia la perfección. Tanto los más ancianos,
como los más jóvenes reunidos todos dentro del mismo hogar, deben
apoyarse conjuntamente para lograr esas metas de perfección a las que
todos aspiramos alcanzar en algún momento de nuestras todavía lejanas
existencias.
¿Que mejor sitio que en el seno familiar,
es donde podemos aprender y practicar las bases de la fraternidad
universal, de la auténtica hermandad, del sacrificio, del desinterés, de
la solidaridad, del altruismo, de la compasión, etc., aspectos
trascendentes y espirituales del Amor Incondicional e Inclusivo que
practicamos y experimentamos en el seno del la familia? Una vez
aprendida y practicada esta lección espiritual entre padres, hijos y
hermanos, con la mayor benevolencia podremos aplicarla y hacerla
extensiva al resto de la humanidad y al resto de seres, ya que habremos
adquirido esa visión de heterogeneidad personal y de integración
espiritual que supone el sentirnos y saber que todos formamos parte de
una sólida Unidad de Vida y de Conciencia.
Algunos Maestros como parte de su
aprendizaje y experiencia espiritual, adquieren el compromiso del
matrimonio y el de tener hijos. Esto último puede suceder casi con toda
probabilidad, por haber participado en vidas anteriores, en algún tipo
de especial entrenamiento espiritual, dentro de algún Ashram, en alguna
Escuela de Misterios, o bien como culminación de ciertas lecciones que
deben ser ultimadas a través de la íntima relación de padre e hijo. En
este caso de asociación de padre-hijo o de maestro-discípulo dentro del
entorno familiar, los beneficios que recibe el niño son de un valor
incalculable ya que no solo va a vivir un largo periodo de años dentro
del Aura del Maestro, sino que va a recibir de él una especial atención
personal, que en otras circunstancias no podría llevarse a efecto.
Mucho se ha escrito sobre la expresión popular de manifestar el niño interior
que llevamos dentro. Entiendo que esta definición indica el volver a
ese estado de inocencia y pureza inicial que hemos tenido en nuestra
infancia y que la vida nos ha ido arrebatando poco a poco a través de
nuestra inmersión en los quehaceres cotidianos de la vida ordinaria.
Para lograr ese estado primigenio, de virginal pureza en la que se
encuentra el Alma de un niño, debemos volvernos como ellos, vivir,
sentir y experimentar como ellos lo hacen, con total serenidad, con
total transparencia, con total desapego, con total desinterés, con total
inegoismo, con total ausencia de malicia, con total ausencia de
negativos prejuicios que nos pueden condicionar. Debemos ser sólo
espectadores (no actores), que observan con nuevos ojos, el drama de la
vida por primera vez como un gran espectáculo no contemplado antes, con
la curiosidad e interés de percibir hasta en los más mínimos detalles,
toda la belleza que esta magna obra de la vida pueda contener. Parece
fácil decir de forma coloquial, convertirse y comportarnos como niños,
pero este hecho requiere toda una gimnasia de duro y constante
entrenamiento interno en el que hemos de poner a prueba toda nuestra
atención, ese estado de alerta constante que tanto se menciona
en los grupos de entrenamiento esotérico, al que sus adeptos deben
someterse y superar, si es que quieren alcanzar las elevadas metas de la
perfección, de la iluminación y de la liberación final.
Para que en nosotros aflore ese niño interior,
debemos eliminar los defectos más burdos de nuestra personalidad que
empañan la visión de la realidad, como son los hábitos trasnochados, los
tabúes no superados, los fanatismos mal orientados, etc. De esta forma,
podrá aparecer ante nosotros la belleza y lo novedoso que percibe el
niño en todo lo que le rodea, en todo lo que ve, en todo lo que toca. En
esta situación de total libertad e inocencia, él siente y experimenta
real e intensamente las vibraciones y las sensaciones que transmiten
todas las personas y todas las cosas de forma auténtica, real y
verdadera.
En este sentido, aparecen cada vez más artículos y comentarios que tratan sobre los niños índigo, definición
que según creo se debe a aquellos niños que supuestamente representan
un estado superior de la evolución humana, la avanzadilla de la
denominada Nueva Era. Lo del color índigo, parece ser a que el aura de
estos niños, están matizadas por este color, lo que indica en quién lo
posee, unas connotaciones de muy alta espiritualidad.
En lo referente a estos niños índigo
o en casos parecidos, hay que recordar, que en ciertos niveles de los
planos internos, como el Devachán, hay Egos o Almas, que dada su elevada
espiritualidad alcanzada en anteriores existencias, están esperando la
oportunidad de continuar con su trabajo evolutivo, para encarnar en
cuerpos de niños dotados de una sutil estructura atómico-molecular y de
una especial sensibilidad, acorde con ese estado altamente espiritual de
estas elevadas Almas. Para que este hecho suceda, para que puedan
encarnar estas Almas en unos vehículos adecuados a su estado evolutivo,
han de encontrar unos padres que estén en posesión de una alta
espiritualidad, que tengan unos especiales componentes
genético-espirituales, ya que han de ser ellos, los padres, los que han
de proporcionar los materiales puros y transparentes que necesitan este
tipo de seres para estructurar los vehículos físicos de manifestación
cíclica en su venida a la existencia en el plano físico, teniendo que
poseer un estado altamente vibrante y energético, similar al de estos
Egos para que puedan complementarse ambos y hacer suyo esta vestimenta
humana.
Una de las asignaturas pendientes que
tiene la Humanidad, es facilitar el camino de retorno a la experiencia y
oportunidad de la vida física, a Egos o Almas altamente evolucionadas
(no me refiero a Maestros, Arhats, o casos parecidos), para que puedan
encontrar lo antes posible vehículos adecuados a su especial condición
espiritual. Para que esto suceda, debemos los que aspiramos ser padres
de elevadas entidades espirituales, hacer lo necesario para mejorarnos
en todos los ámbitos, en el material a través de nuestra correcta
atención en lo referente al cuerpo físico, a la alimentación y sanas
costumbres, como también en lo referente a la correcta forma de pensar,
de sentir y de actuar, para transmutar y sublimar adecuadamente la
composición y estructuración bioenergética, para poder atraer
magnéticamente a este plano físico de pruebas y aprendizaje, a estos
Egos más evolucionados que den un nuevo y potente impulso evolutivo a
la raza humana y a todo el planeta, unos seres en los que la unidad de
vida y de conciencia serán los argumentos que esgrimirán en sus vidas
para inculcárselo a las siguientes generaciones de seres que en el
futuro conformarán la Nueva Humanidad.
Este es el motivo por el que debemos de
prestar toda nuestra especial atención a nuestros niños, a nuestros
hijos, si queremos que se produzcan estos cambios tan radicales en el
mundo y en la sociedad. Debemos dedicarles todo nuestro cariño, todo
nuestro amor, todo nuestro afecto, con la misma ternura y admiración a
como lo hacen ellos con respecto a nosotros, transmitiéndoles así las
más sutiles emociones y las más refinadas y exaltadas sensaciones, para
hacerles saber que los queremos, que los amamos y que les vamos a
proporcionar todo aquello que van a necesitar para que su estancia en
este mundo y en esta vida sea lo más fructífera posible, para que puedan
expresar y transmitir a toda la sociedad el mensaje que cada uno a
través de su propio dharma han de dejar constancia en este planeta y en
esta vida en especial.
Una de las tareas más difíciles y
necesarias en la educación de nuestros hijos, es la de enseñarles a
pensar por sí mismos, a razonar de forma lógica y natural, a reflexionar
sobre aspectos sublimes y espirituales, para que de esta forma haya un
total conocimiento y libertad de decisión, de tomar por sí mismos el
camino correcto, de sopesar correctamente los pros y los contra, de
que no sean otros los que les impongan su propio criterio. Los padres,
debemos tener siempre presente que nuestros hijos, son entidades
espirituales que vienen a nosotros para que les facilitemos los medios
necesarios para que puedan convertirse en una realidad
física-espiritual, entendiendo que tenemos el privilegio y la grandiosa
oportunidad de ayudarles para que estas elecciones y decisiones que
ahora el niño y más tarde el adulto, sean las más correctas y adecuadas
posibles dentro de sus propias capacidades sicológicas y espirituales.
Debemos recordar también, que nuestros
hijos de hoy quizá hayan sido antes nuestros padres o nuestros hermanos,
no lo sabemos y sin embargo es una posibilidad que se puede dar, por lo
que tenemos que tratarles como a iguales, con respeto y cariño, viendo
en ellos, en sus caras, en sus ademanes, reflejados quizá a algunos de
nuestros seres más queridos que ya no conviven con nosotros en este
plano físico. En la medida en que seamos conscientes de este hecho, de
mejor forma y más eficazmente se podrá realizar este enaltecedor trabajo
de interacción fraternal y grupal.
Dicen los Maestros, que el desarrollo del
niño desde que nace hasta que empieza a caminar solo por la vida con
total conocimiento y responsabilidad, se estructura y realiza
aproximadamente a través de ciclos de siete años, siendo los tres
primeros de estos ciclos los más importantes y en los que debemos
prestar más atención para poder ayudarles así mejor a que ese
desarrollo, físico, sicológico y espiritual sea lo más fructífero y
correcto posible.
Hay un primer ciclo que comienza en el
mismo momento del nacimiento y que se completa aproximadamente a los
siete años. En el transcurso de este tiempo, tiene lugar el
afianzamiento de la estructura del vehículo etérico en el cuerpo físico,
configurándose como una unidad indivisible que sirve de soporte a la
libre circulación de las energías de los planos o niveles superiores.
Son estos primeros años de la infancia, en el que aprenden los niños a
sentir y experimentar su cuerpo físico, corriendo, jugando, saltando,
etc.
El segundo ciclo, se inicia
aproximadamente a los siete años y culmina a los catorce. Es la etapa
donde el vehículo astral, el de los sentimientos y de las emociones se
complementan y consolidan con el cuerpo etérico-físico. Es cuando el
niño, empieza a sentir el deseo de muy distintas formas y también a
experimentar todo tipo de emociones. Es la denominada edad del pavo,
en la que se va abandonando poco a poco la niñez, todo lo infantil,
para entrar en el de la adolescencia o pubertad, en donde comienza a
preocuparse por sus relaciones familiares, afectivas, por los amigos,
por la participación en actividades de grupo y también por la parte
interna, de ideales y sentimientos de tipo filosófico-religioso, y a
experimentar también sensaciones como preocupación, dolor, placer y toda
una interminable serie de pares de opuestos, principalmente los de
odio-amor y egoísmo-generosidad.
El tercer ciclo, comienza aproximadamente
a los catorce años y se completa a los veintiuno. En este espacio de
tiempo, el adolescente incorpora a esta integración de la personalidad
el cuerpo mental, el aspecto pensante e inquisitivo, de estudio y
autoanálisis, de introspección y de manifestación externa de todo el
potencial de experiencias y aprendizajes que ha ido acumulando
paulatinamente desde su más tierna infancia hacia esta nueva etapa que
le va a ir transformando en una persona adulta y madura. A la edad
aproximada de veintiún años, según dice el Maestro D.K., debería poseer
el mismo bagaje personal y la misma composición energética-espiritual
que tenían sus periódicos vehículos de manifestación (físico-etérico,
astral y mental) en el momento de fallecer en su anterior existencia,
para poder continuar así ininterrumpidamente en esta presente
existencia, con su proceso de experimentación y de evolución, según los
cánones kármicos que haya generado en sus vidas anteriores.
Estos ciclos de siete años y los
acontecimientos que interna y externamente tienen lugar en la vida de
cualquier persona, son orientativos, aunque por lo general parece ser
que se aproximan bastante a esta ley cíclica de siete años. Las
diferentes características internas del Alma, de su estado evolutivo,
condicionantes kármicos, etc., determinarán en muchos casos la
prolongación y duración de estos ciclos vitales en cada persona.
En el transcurso de nuestras vidas
tenemos que enfrentarnos a veces con situaciones poco agradables como
los problemas de salud y de enfermedades que en algunos casos originan
el fallecimiento de algún hijo o de algún ser muy querido. En algunas
familias, coinciden con poca diferencia de días o de meses, el que
varios miembros muy próximos entre sí, desencarnan casi a la vez, hijos,
padres, esposos, hermanos, tíos, etc., personas con las que nos hemos
sentido muy unidos e identificados. De la misma forma también hemos
podido comprobar como dentro de nuestro entorno y proximidad familiar,
encarnan y vienen a la existencia varios Egos casi a la vez, en fechas
muy próximas entre sí, en cortos periodos de tiempo. En ambos casos,
tanto en los que nos abandonan como en los que se incorporan dentro de
nuestro entorno familiar, hay casi siempre un componente kármico que no
debemos de olvidar y es el hecho de que hay grupos de seres que
coinciden en varias vidas para afianzar o eliminar lazos kármicos que
necesitan a través de sus dharmas respectivos, comprometidos de forma
voluntaria en muchos casos antes de nacer, para seguir progresando,
individual o colectivamente. De esta forma se unen indisolublemente
diferentes miembros familiares durante varias existencias, como padres o
como hijos indistintamente para completar de forma conjunta algún
trabajo específico que deben realizar o perfeccionar para alcanzar algún
grado superior de habilidad espiritual.
Para que en el futuro se establezca en la
Humanidad una perfecta Fraternidad y Hermandad de Almas y de
Conciencias, hemos primero de ser nosotros los padres, abuelos,
familiares o tutores, los que tenemos alguna responsabilidad y
posibilidades de estar en contacto con los niños, los que tenemos que
hacer el esfuerzo necesario para comportarnos, y ser ejemplo y reflejo
de todo lo que supone un correcto ideal para un niño. Debemos a través
de esa exteriorización de nuestro niño interno, transmitirles
la natural inocencia que ellos poseen, la alegría, el afecto, el cariño y
el amor a todo lo que nos rodea. Debemos tener presente, que como
padres o familiares, estamos afectados por una gran responsabilidad
hacia estos niños tan íntimamente cercanos a nosotros, sabiendo que en
el futuro serán los padres y tutores de las siguientes generaciones, y
que recrearán en su entorno las mismas circunstancias y situaciones de
Alta Espiritualidad que les hemos inculcado y enseñado, y que esperamos y
deseamos se hagan realidad en nuestro planeta. Tenemos que ser muy
exquisitos en los pormenores de la educación de estos jóvenes seres para
hacer que se despierten y se expresen desde lo más profundo de su ser,
los más nobles valores éticos-espirituales, junto a los más elevados
ideales de Buena Voluntad, enseñándoles a ser útiles a la sociedad
dentro de los correctos patrones de solidaridad, de justicia y de
libertad, porque así de esta forma, estaremos sentando las bases y
capacitándoles para que se conviertan en grandes exponentes espirituales
que convertirán a nuestro mundo, en una sociedad de Almas Liberadas,
haciendo que el karma negativo grupal y mundial desaparezca y donde la
Raza Humana se reconozca como instrumento consciente para hacer nuestra,
esa máxima aspiración espiritual, que es la de convertir al Reino
Humano, en una Gran Hermandad y Fraternidad Universal de Seres, en donde
sólo se viva por y para transmitir Amor a todo el Planeta.
Autor: Alfonso del Rosario
alrogiss@yahoo.es
8 Abril 2012
GHB - Información difundida por http://hermandadblanca.org/
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