La plenitud espiritual


La plenitud espiritual es tu destino; es tu herencia; es el curso de tu vida, que es más que un potencial: es un don. La plenitud espiritual es algo que ocurrirá.

Sin embargo, puede que tú no experimentes la culminación de la plenitud espiritual en tu vida. Es algo que se trabaja en el nivel eterno. Se trata de que tú asumas esa opción, permitiéndote reclamar tu plenitud espiritual, y viviendo acorde a lo que eso es para ti.

Plenitud espiritual quiere decir la realización de tu ser verdadero – de quien tú eres. No puedes darte cuenta de eso a través de tu mente o de algo que este mundo te proporcione. Esa realización es una experiencia interna en la cual tú sabes que no sólo eres lo suficiente, sino que siempre eres más que suficiente. Eso quiere decir que en tu vida no existe o no hay nada que pueda alguna vez obstaculizar tu plenitud espiritual.

La plenitud espiritual es saber que quien tú eres puede vencer todo aquello que pueda desafiarte. Es comprender que estás completo. No hay palabras para hablar con propiedad de ello en este mundo. No podemos enseñártelo, sostenerlo frente a ti y decir: “Aquí está tu plenitud espiritual”. Es algo que ya conoces dentro de ti o que conoces tanto como para quererlo. Le llamamos Trascendencia del Alma.

¿Querrías querer algo que no pudieras lograr? No, sería una tortura; sería un infierno. Entonces, si quieres la plenitud espiritual, si quieres la Trascendencia del Alma, está en ti lograrla. Se trata simplemente de que asumas lo que ya es tuyo y está preparado para ti. Está preparado espiritualmente. De alguna forma lo que esto quiere decir es que te liberas de tu naturaleza inferior y de tu existencia terrenal material. Lo dejas ir así deja de tener la importancia o el apego que alguna vez tuvo.

Una de las maneras en que yo veo la plenitud espiritual es como cuando estás sobre un carrusel que tiene un anillo de bronce. Y aunque no puedas ver el anillo de bronce, igualmente tratarás de alcanzarlo. A lo mejor sólo con tratar de alcanzarlo aparecerá repentinamente y lo asirás. Por eso ten fe en que tu plenitud espiritual está allí para ti, aun cuando no puedas verla o saberlo conscientemente.

La perfección del espíritu aparece cada vez que alguno de nosotros logra comprender que no somos de este mundo, sino somos sólo visitantes que han venido a trabajar lo que necesitamos experimentar y aprender. Ella ilumina nuestro entendimiento y aprecio profundo por las formas y tiempos en que trabaja el Espíritu. Reclamando tu plenitud espiritual te entrenas en la verdad de tu ser. Es un ejercicio valioso y lleno de dicha. Sé paciente. Sé amable. Sé feliz. Busca el abrazo amoroso del Espíritu que de inmediato te consuela, te cura, y te entrega lo que ansías como tu plenitud espiritual.


La Plenitud Espiritual

“Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo.” Romanos 15.13 “Y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado (saturado) en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado. Romanos 5.5

Sentimos un deseo grande hoy en día de mantener nuestras lámparas llenas con aceite, para que nuestra luz pueda brillar constantemente. Sabemos que el Espíritu Santo es el Agente y poder de la plenitud divina. “Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor. No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones; dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Someteos unos a otros en el temor de Dios.” Efesios 5.17 al 21 Como vasos del Señor, debemos estar llenos y rebosando para la gloria de Dios. No somos cisternas que tienen que ser bombeados para sacar el agua, sino somos pozos saltando y como ríos fluyendo afuera. La influencia del Espíritu Santo en nuestras vidas es como vino nuevo que comienza un canto en nuestro corazón y una alabanza en nuestros labios.

En Efesios cuatro leemos de nuestro crecimiento en Cristo “en todas las cosas,” y de llegar a “la unidad de la fe,” y de alcanzar “la plenitud de la estatura de Cristo.” En el capítulo tres de Efesios leemos la oración de Pablo que los santo puedan, a través de un conocimiento experimental del amor de Cristo, ser “llenos con toda la plenitud de Dios.”

“Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen. Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo.” Hechos 2.4, 5 “Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo.” Hechos 4.11 Los primeros creyentes, por la palabra de su testimonio, comenzaron a hablar pregonando gozosamente “las maravillosas obras de Dios.” “Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: Gobernantes del pueblo, y ancianos de Israel...Entonces viendo el denuedo de Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se maravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús...Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios.” Hechos 4.8, 13, 31

El Espíritu es el que opera nuestra transformación. Recibimos ese Espíritu en el bautismo (1 Co, 12,12), pero podemos conquistarlo (Ef. 4,30) y podemos apagarlo (1 Tes. 5,19)
Podemos también entusiasmarnos con los dones y descubrir el crecimiento en madurez.Nuestra lucha no es tanto contra los enemigos materiales cuanto contra malas posiciones y malos espíritus.
Por esto debemos revestirnos de las armas de Dios.
Estas armas son: la coraza de la fe y de la caridad, casco de la esperanza, el cinturón de la verdad, la coraza de la justicia, el calzado del celo por el evangelio de la paz, el escudo de la fe, el casco de la salvación, la espada del Espíritu que es la Palabra de Dios.Debemos despojarnos de las obras de las tinieblas, para revestirnos de la armadura de la Luz, que equivale a revestirnos de Jesús (Rom. 13,12-14)Se requiere siempre de nuestro esfuerzo para despojarnos del hombre viejo que se corrompe siguiendo la seducción de la concupiscencias y para revestirnos del hombre nuevo creado según Dios en la justicia y santidad verdaderas (Ef. 4,22-24)
Se requiere de nuestra voluntad para revestirnos de entrañas de misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándonos unos a otros y perdonándonos mutuamente...
Sobre todo debemos revestirnos de amor, que es lo que nos une y completa todas las cosas (Col 3,12-14)
Este revestirnos de Cristo, aún de sus sentimientos más íntimos es lo que nos transforma, haciéndonos más y más como Cristo, reflejando en nosotros la gloria del Señor.
Hay colaboración nuestra, como hemos visto, pero sobre todo hay una acción del Espíritu de Jesús (2 Co 3,18)Los Frutos del EspírituLo que el hombre siembra, esto también cosechará. Si uno siembra lo que le agrada a la propia naturaleza, esa misma naturaleza le dará una cosecha de muerte. Pero si siembra lo que le agrada al Espíritu, el Espíritu le dará una cosecha de vida eterna.Vivan según el Espíritu que su cosecha o fruto es amor, alegría, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. (Gal. 5,16. 22-23)Si la fuente de nuestra vida es el Espíritu, debemos dejar que el Espíritu nos guíe entonces aparecerán estos frutos que sobrepasan nuestras fuerzas.Los nueve frutos del Espíritu Santo mencionados en la carta de Gal. 3,3 pueden distribuirse en tres grupos: los que nos refieren a Dios, los que nos refieren a nuestros hermanos, los que nos refieren a nosotros principalmente.1- Amor, paciencia y benignidad: Se refieren a nuestras relaciones con el prójimo.Amor: Se trata del amor que Jesús nos encomendó en la última cena: ‘‘Un mandamiento nuevo les doy a ustedes, que se amen unos a otros como yo los he amado’’Paciencia: Es una cualidad del amor cuando se enfrenta con una persona o cosa que lo hace sufrir.Benignidad: Es otra cualidad del amor y equivale a suavidad. Necesitamos esta suavidad fuerte en el trato con nuestros hermanos cuando Dios quiere actuar a través de nosotros para llevarlos a la virtud. La benignidad desarma al agresivo.2- Bondad, fe y humildad: Se refiere a nuestra relación con Dios.Bondad: Es la cualidad de estar lleno de bien, sin sombras del mal.‘‘El hombre bueno, saca cosas buenas de su corazón’’Fidelidad: Cualidad de cumplir lo prometido y de responder a lo que se espera de nosotros. La fidelidad de Dios es el fundamento de nuestra fe confiada. El Espíritu nos santifica en la fidelidad.Mansedumbre o Humildad: El humilde se acepta como es, en su pequeñez ante Dios.Un espíritu de mansedumbre y tranquilidad es de mucho aprecio a los ojos de Dios. (1 Pe. 3, 3-4)3- Alegría, paz y dominio propio: Estos tres frutos adornan al cristiano en sus relaciones con Dios y con los demás, pero se refieren más a uno mismo.Alegría: También se llama gozo, ya que no se trata de una alegría pasajera, sino de un sentido profundo de felicidad.(Mt. 5,12, Jn. 16,22, Lc. 15, 10, Jn. 15, 11; 17,13; Hech. 8,8; 13,52)Paz: El concepto de paz encierra la satisfacción de todas las aspiraciones humanas, la completa felicidad. Jesús ofrece esa felicidad en él. (Jn. 16,33)Dominio Propio: Se refiere al autocontrol y disciplina que necesita el cristiano para dominar los movimientos desordenados de sus instintos, sus sentimientos y pensamientos.
Los frutos del Espíritu Santo son manifestaciones de una plenitud de Jesús en nosotros, en esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros; en que nos ha dado su Espíritu.Estos frutos pertenecen a la satisfacción del cristiano a la acción de Dios que lo acerca a sí y transforma en imagen de su Hijo Divino

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