El Universo es inteligente: Como es arriba es dentro de nosotros.

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Si pudiera describir todos y cada uno los procesos que fluyen por mi mente podría decir claramente que veo y siento en mi interior un Universo. Cada pequeña porción de mi ser modela el rango de realidad en el que estoy inmerso y no, no estoy loco sino muy cuerdo. No, no estoy triste, sino muy feliz. Tal vez sea ese el espíritu que Descartes decía que éramos y asignaba a la Glándula Pineal, o tal vez simplemente esa parte de energía que convoluciona libre en ese macrocosmos externo a mi rango de realidad.
Lo cierto es que mi Universo interior se agita en la misma medida en la que percibo los cambios en la realidad exterior. Desde hace dos años he venido estudiando de forma significativa estos cambios, y contrastándolos con diferentes equipos de trabajo. Y efectivamente, es así. Algo está cambiando fuera, pero al mismo tiempo desde dentro , desde lo más profundo, está cambiando la forma en la que vivo, percibo, pienso, siento y creo. Algo interior está modificando la manera en la que materializo las cosas, en la que vengo, voy, genero, amo, pienso y siento.
¿Casualidad?. No. Yo hoy ya sé que no es casualidad, ni azar. Es Inteligencia, es como la ola que mece la orilla del mar. Es como la playa que en silencio recorre cada rincón de la arena que permanece pegada en la orilla, y al mismo tiempo avanza y retrocede, como las mareas, como si fuera un logaritmo continuo que acrece y decrece en constante flujo. Fluir. Esa es la palabra que me viene. Fluir sin parar, Vivir, y morir y resucitar en vida, muriendo al tiempo que viviendo el presente continuo. ¿Extraño?
No. No es extraño. Ya he conseguido acostumbrarme a ello. Lo cierto es que nada me turba cuando realizo una inmersión en mi mundo interior. Ese mundo interior, me transporta al cosmos, a otros rangos de realidad, como si en un aetherofacto (artefacto que vuela a velocidades cuánticas en el espacio exterior) me transportara de estrella a estrella, de neurona en neurona, pues en ese microcosmos, las neuronas son sistemas solares, son estrellas, como nuestro Sol orbita entorno a un modelo dinámico que transacciona con impulsos electromagnéticos, tal como hacen las tormentas solares.
En esta secuencia claramente veo que soy consciente, estoy vivo, y soy pero al tiempo, sé que la piel que recubre mis huesos, los tejidos y los impulsos eléctricos que regulan mis mecanismos motores, están alineados con una energía que proviene del interior de mi ser. Esa energía que me impulsa a escribir este libro, esa misma energía que me activa cuando imparto mis conferencias y que está presente en mi mente como si esta tuviera virtualidad propia más allá de la imaginación, pues es mi mente la que decide regular los procesos que ahora escribo, al tiempo que me transporto en el interior de mi universo curvando las distancias del espacio tiempo que separan a cada axón del resto de los axones que componen las sinapsis de mis centros nerviosos.
Pero es curioso, estoy activo por fuera y completamente relajado por dentro. Parece como si miles de millones de paquetes de datos, circularan por mis centros gestores, y mientras tanto, persevero en actitud de relajación consciente, dejando fluir cada músculo de mis dedos, deslizándose por las teclas de mi ordenador, como si de una suave brisa de viento meciera las hojas caducas del otoño.
En este estado llevo desde que comencé a interesarme por las investigaciones del Dr. Michael König y su discípulo Dieter Broers.  Algo me decía que desde que descubrí un protocolo de transmisión de datos por la Ionosfera que bauticé como WIRRSIP en 2007, si la información podía transmitirse de forma natural y ser recibida sin aplicar el principio de exclusión de forma natural, significaba que las barreras de acceso eran impuestas por aquellos que no deseaban que la naturaleza siguiera su curso natural. ¿Extraño?. No.  Coherente, tal vez, la razón última de toda relación entre realidades no fuera otra que dejar que el curso de los procesos naturales envolviera la lógica de la eficiencia energética del cosmos. Y así resultaba, o parecía ser.
Desde aquél momento, algo me impulsó a investigar sin descanso, a tratar de entender la física desde otro punto de vista diferente. A introspectar cada proceso de observación de las realidades empíricas desde una perspectiva externa a mi persona, desde una expectativa diferente a mi “ego”.
Para una persona que ha dedicado y dedica su vida  al estudio, a la investigación, a la búsqueda continua de respuestas es importante descubrir un contexto holístico, en el que de forma puntual el arbol no enturbie la visión global del bosque por espeso que este parezca. Tal ha sido mi experiencia, y desde ella escribo esta obra que a juicio de muchos parecerá una locura, pero a criterio de los que me conocen, simplemente supondrá una confirmación de lo que por la intuición perciben. Hasta ahora, todo lo que he escrito, lo venía expresando en  un lenguaje que para muchos era inaccesible, pero en este momento, siento el impulso de expresar esa visión global desde mi más profunda experiencia, desde mi más íntima convicción del ser, consciente de que en cada línea de esta obra pongo al descubierto mi esencia, abro las puertas de mi universo interior y explico cada proceso lógico de consciencia en la visión de los diferentes rangos de realidad que nos conectan con lo que muchos llaman la transcendencia consciente.
Si el lector llegado a este punto no ha experimentado una sensación de paz y al tiempo avidez al leer estas líneas, tal vez es que sus receptores no deseen absorber la información que quiero compartir desde la ciencia y la experiencia, desprovista de todos los egos y desde un punto de vista de un humilde servidor de todos que ha aprendido a viajar en el tiempo, convolucionando con las ondas complejas de un universo inteligente del que ha tomado conciencia.
Y es que el científico sólo permanece en tal estatus cuando no deja de cuestionarse si los “dogmas” oficialistas que otros formularon antes que él , constituyen una foto de la energía de antaño en lugar de la energía de ahora, que generará otras reglas, parámetros y leyes que formarán parte de una reformulación de la física tal y como la conocemos.
Pero para poder llegar a entender la realidad en todas sus dimensiones, es necesario desprenderse de ese “halo” de infalibilidad que caracteriza a casi todos los modernos investigadores a la hora de cuestionar axiomas que parecen inamovibles en un tiempo que podría claramente categorizar de profunda Edad Media de la civilización humana.
Del Homo Sapiens al Homo Cognos. 
Una de las etapas que más me fascinó de la historia fue el Renacimiento. Recordemos que en aquél entonces se quemaba en la hoguera por hereje a todo aquél que osara contravenir dogmas que devenían ciencia y religión para una sociedad que a duras penas luchaba por su supervivencia material, en un precario contexto de incomunicación y miseria.
Si aquellos hombres y mujeres pensantes de la época, fueron capaces de transcender los dogmas y axiomas y dar su vida por un concepto o creencia contrastada por la evidencia empírica, fue porque aprehendieron (hicieron suyos) los procesos de la percepción e introspección de las realidades para explicar desde la intuición la lógica de un Universo distante que no podían contemplar dados los recursos precarios con los que contaban.
La historia del ser humano ha manifestado saltos cualitativos desde el Neanderthal a nuestros días, sin que aún la ciencia “oficial” haya sido capaz de entender cómo operaron esos procesos evolutivos intermedios en realidad.
Por convenio aceptamos las constantes como medio para formular complejas ecuaciones que no nos llevan a ninguna parte más que a la cómoda racionalización/negación de las realidades transcendentes que no por ser transcendentes o metafísicas, son menos reales, sino más bien más evidentes en cuanto a su percepción ubicación. La negación de lo empírico, conduce al sinsentido de negar lo evidente cuando no es racional, y esta actitud de algunos de mis colegas, es anticientífica, por más que se empeñen en negarlo.
Si nuestro mundo interior es un universo y tomamos conciencia de él, descubriremos que aquellos axiomas que la razón no nos permite explicar, una vez aislados del contexto global, podemos analizar separadamente del resto de las variables, que nos alejan de la configuración real del mismísimo Universo que tratamos de explicar. En pocas palabras: Cuando tratamos de aislar el conocimiento de su contexto, cometemos el error de creer que metodológicamente las variables se convierten en constantes. Y ese, precisamente ese es el “gran error” de la ciencia de nuestros días, especialmente de los análisis cuantitativos y cualitativos que se formulan en las tesis doctorales contemporáneas.
Las constantes no son constantes, sino variables en función del resto de las premisas que conjuntamente (es decir holísticamente) se consideran. El error está en separar la parte del todo, la lógica de la formulación sesgada del conjunto, y tratar de explicar desde el subconjunto el todo.
Tal es la razón por la que no se encontrará  jamás una Teoría unificada de la física, sino en el mejor de los casos una holística de la lógica cuántica, ya que las diferentes variables que se analizan no pueden segmentarse en cajones y luego de forma sesgada consolidarse forzando una unificación artificial que obviamente no conviene a la realidad del Universo que pretendemos explicar.
La visión transdisciplinar de todos los campos del conocimiento, biofísica, genética, medicina, física, matemática, Astrofísica, Telecomunicaciones, psicología, neurociencia, geología, biología y filosofía, nos lleva a componer un interesante puzzle hasta ahora nunca compuesto por el ser humano: ¿Significa esto que estamos comenzando un proceso acelerado de evolución hacia una especie diferente del “homo sapiens”? . En otras palabras: ¿No será que en nuestras estructuras del ADN algo se está activando de manera innegable y nos permite acceder a rangos de realidad a los que antes no teníamos acceso?. Obviamente la respuesta es afirmativa.
Pero la cuestión de base no es otra que discernir si realmente la realidad en la que vivimos desde nuestro rango de percepción es la única realidad existente, o por el contrario, estamos constreñidos a unas rejas que nos aíslan de la verdadera realidad que nos rodea: El Universo Inteligente.
¿Realmente no existe una energía primigenia que regula el cosmos y con la que entramos en convergencia cada vez que introspectamos o buceamos en nosotros mismos?  Obviamente sí. El Universo dista mucho de ser un caos, sino más bien un gran orden regido por una superinteligencia que funciona como una poderosa y sutil energía que optimiza en una escala de tiempo diferente a la nuestra la configuración de la materia como fotografía de los estados energéticos que la generan.

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